AGENCIAS
El número de niños migrantes que entran solos a Texas por la frontera con México ha disminuido de manera considerable en las últimas semanas, lo que ha permitido al gobierno federal estadounidense cerrar los albergues temporales que abrió apresuradamente para manejar el elevado flujo.
Los arrestos en el sur de Texas han disminuido en semanas recientes a unos 100 diarios, luego de llegar hasta más 300 o más en junio, según la Patrulla Fronteriza. El declive podría ser resultado de las altas temperaturas durante el verano boreal o a una campaña de difusión tanto en Estados Unidos como en las naciones de origen de los migrantes que enfatiza el peligro del viaje y advierte que los niños no podrán quedarse.
Las autoridades se cuidan de no decir que la crisis ha pasado, y señalan que cuando las temperaturas bajen, los niños de Honduras, Guatemala y El Salvador podrían volver en grandes números.
La Casa Blanca tampoco ha querido adjudicarse crédito por la reducción en la llegada de niños migrantes, que le da a la administración más tiempo para lidiar con los inmigrantes que ya están en el país.
La reducción probablemente también alivie la presión sobre el Congreso para aprobar medidas, después de irse de vacaciones la semana pasada sin un acuerdo para dar al presidente Barack Obama el dinero que pide para atender a los migrantes. Si se mantiene un ritmo más lento, el Congreso podría tener poca motivación para retomar el asunto cuando los legisladores regresen a Washington después del 1 de septiembre.
Además, la disminución podría provocar que la crisis en la frontera pierda algo de visibilidad en la opinión pública, lo que daría a Obama espacio de maniobra para frenar las deportaciones de otros grupos de migrantes, un paso que ha dicho que quiere tomar cerca del final del verano.
Esta semana, la agencia federal encargada de albergar a los niños anunció que pronto suspenderá sus operaciones en tres albergues provisionales con un total de unas 3.000 camas. Funcionarios del gobierno dijeron que, al menos por ahora, alcanzaría con la red existente de albergues contratados por las autoridades federales. Los albergues podrían volver a abrir luego, de ser necesario.
Más de 57.000 menores solos entraron ilegalmente a Estados Unidos entre octubre de 2013 y junio de 2014, más del doble que durante el mismo período un año antes. Otras 55.000 familias —madres o padres con niños pequeños— fueron arrestadas durante ese período, y todavía hay muchas en albergues al otro lado del Río Grande en México.
El total de detenciones de adultos y jóvenes en julio en el valle del Río Grande fue de 24.500, una reducción de las cerca de 38.000 en junio, pero todavía mucho más que las 15.000 en julio de 2013, según la Patrulla Fronteriza. El gobierno no ha divulgado los totales de julio para niños solos.
El albergue gubernamental de niños en Reynosa, México, al otro lado de la frontera de McAllen, no ha recibido menores centroamericanos en agosto, dijo su coordinador José Guadalue Villegas García. El albergue recibía entre 10 y 12 niños de los países centroamericanos cada semana a principios de julio, pero esa cifra empezó a disminuir a mediados del mes, señaló.
En el cercano albergue Senda de Vida, administrado por un grupo religioso, Eneyda Alvarez, de 28 años y madre de tres menores, observaba a su hijo de ocho años, Antony, patear una pelota de fútbol en el patio. En la piel oscura de Alvarez podían verse las cicatrices de las palizas que su esposo le daba con un cable.
Cuando ella escuchó que su esposo le dijo a su hermano que rociara la casa de la familia con gasolina y la incendiara, la mujer vendió todo lo que tenía, dejó a dos niños con una tía y emprendió el viaje al norte con su madre y Antony.
La familia llegó hasta el estado mexicano de Tamaulipas, en la frontera con Estados Unidos, pero hombres armados secuestraron a Alvarez y Antony de un autobús en Tampico, a unas seis horas de la frontera. Ambos permanecieron secuestrados por tres días, primero en una bodega con unos 200 migrantes, donde Alvarez dijo que vio a personas con extremidades amputadas, y después en una casa de dos pisos con otras 18 personas.
Los hombres pidieron un rescate de mil dólares a su tía en Virginia, y después amenazaron con cortar un dedo a Alvarez si no pagaban otros 5.000.
La marina mexicana finalmente allanó la casa y los rescató. Un par de días después, Alvarez se reunió con su madre en un albergue en Reynosa. La mujer dice que no puede regresar a Honduras porque su esposa la mataría.
Cuando se fue de Honduras a fines de julio, Alvarez tenía la impresión de que la Patrulla Fronteriza dejaba libre a las madres que viajaban con niños pequeños, porque una vecina acababa de realizar la travesía. «Entonces me dije, ‘voy a ir»’.
Héctor Joaquín Silva de Luna, un pastor que administra el albergue, dijo que no han llegado niños solos desde hace dos semanas, pero la cantidad de familias que arriba se mantiene estable entre 16 y 23 por semana. Indicó que muchos han escuchado el mensaje de las autoridades estadounidenses de que serán deportados.
Una delegación de funcionarios estadounidenses visitó el albergue el domingo.
Ingrid Bran no había escuchado sobre las medidas de Estados Unidos de detener a madres y niños hasta que llegó a la frontera. Ella abandonó hace un mes su casa en Paraíso, un departamento de Honduras en la frontera con Nicaragua, porque no encontraba trabajo cultivando ajíes o café para mantener a sus dos hijos.
«Una amiga me dijo que me entregara a migración», dijo Bran, mientras su hijo de siete años jugaba con el hijo de Alvarez. Pero al llegar a la frontera, le avisaron que esa costumbre ya había terminado.