Los padres fundadores no vieron venir a Donald Trump. Tampoco a Richard Nixon y el caso Watergate, o a Bill Clinton y el escándalo Lewinsky. Pero habían saboreado una buena ración del rey británico Jorge III para tener claro que el presidente de la joven América iba a acumular demasiado poder como para resultar intocable y que, por tanto, había que dotar a la Constitución de un instrumento con el que poder destituirlo bajo determinadas circunstancias.
- Así vio la luz el artículo II, sección 4, de la Carta Magna, según el cual “el presidente, vicepresidente y todos los funcionarios civiles de Estados Unidos serán retirados del cargo al ser acusados y declarados culpables de traición, soborno y otros delitos y faltas graves”./EL PAÍS