Si bien es cierto que el nacer y morir, son dos eventos que debiéramos aceptar con la naturalidad con la que se nos presentan, lo cierto es que en los hechos no es así. Habrá quien difiera de esta postura, y que bueno, porque no todas las opiniones tiene que ser en el mismo sentido. Lo que sí es una realidad es que el nacimiento de un ser humano es motivo de alegría, no así la muerte, que se traduce en tristeza y desamparo en la mayoría de las veces; porque aun cuando lo único que tenemos seguro es la muerte, es precisamente en ella en lo que no queremos pensar, quizá porque lo vemos muy ajeno a nosotros, porque preferimos vivir el presente sin pensar en el futuro, porque no queremos dejar a nuestros afectos o porque nos asusta el no saber qué pueda haber más allá de esta –si es que la hay-. En conclusión, la muerte, es un tema que en lo general no queremos abordar, y si se trata de un ser querido como pudiera ser nuestro hijo, esposo, abuela, hermano, amigo, etcétera, menos. Y si estos fallecieron de cáncer (o de cualquier otra enfermedad) o se encuentran en fase terminal, menos.
Que conste que para nadie deber ser fácil tener que enfrentarse a la realidad de que en cualquier momento nuestro ser querido –trátese de quien se trate- va a dejar de estar con nosotros; tal vez por ello cuando el propio enfermo aborda el tema, lo primero que hacemos es negar dicha posibilidad argumentando: “No, tú no te vas a morir”.
He aquí el dilema: o nos mantenemos en una postura de negación –pese a que medicamente ya no hay nada que hacer- o nos armamos de valor y lo afrontamos con el enfermo; porque ese mismo miedo que nos da el hecho de tener que perderlos, seguramente es el que ellos están sintiendo, aunado al dolor físico que conlleva el cursar una enfermedad como el cáncer.
Habrá quien piense que, qué es lo que puede tener como pendiente un enfermo terminal, y aquí las opciones son tantas como podamos imaginar: desde dejar en orden todo lo relacionado con nuestro patrimonio, a través de un testamento, hasta volar en globo, saltar de un avión, conocer a alguien que se admiren o algún lugar en específico, contar sus memorias, sembrar un árbol, escribir un poema, pintar un cuadro, reconciliarse con quien se haya tenido alguna diferencia, consigo mismo o con la vida.
Y si bien algunos de estos deseos sólo podrá realizarlos el enfermo mismo, en otras requerirá del apoyo de una mano amiga; una mano amiga para acompañarlo, escucharlo, reconfortarlo, hacerlo sentir querido. Y en otras no menos importantes el papel del psicólogo y el tanatólogo, son fundamental para el paciente y sus familiares. Fundamental para aceptar –de entrada- la enfermedad y después para aceptar la realidad de que se está al final del camino, para reconciliarse con su pasado, para saldar heridas, para en conclusión llegar al término de sus días de la mejor manera posible, tranquilos y en paz.
Para nadie es novedad de que cientos o miles de enfermos cáncer son personas de escasos recursos, que muchas veces no tienen para los tratamientos médicos, menos aún para pagar un servicio de psicólogo o tanatólogo, pero también es cierto que además de las instituciones del Sector Salud que canalizan al paciente a estos servicios, las asociaciones civiles constituyen un gran apoyo para los enfermos y sus familiares.
Una de ellas es Antes de Partir, una asociación civil, sin fines de lucro que proporciona atención especializada en hospitales, centros de salud, domicilio particulares e instalaciones de la asociación a pacientes y familias que viven y conviven con el cáncer elevando la calidad de vida a través de servicios de atención médica, cuidados paliativos, apoyos psicológicos, económicos y espirituales “asumiendo nuestro compromiso por ser presencia y acompañamiento para cada uno de ellos y sus familias durante todo el proceso de la enfermedad disminuyendo el sufrimiento y recobrando el significado del sentido de vida, la paz interior, la esperanza y trascendencia”, afirmó Mariana Hernández, fundadora de este organismo.