El Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) marcará un antes y un después en el sector agropecuario de América del Norte por sus implicaciones medioambientales, afirma Víctor Villalobos Arámbula, titular de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader).
- En este tema, el país tiene un gran trecho por avanzar: en México para producir una manzana se emplean 70 litros de agua, cuando la tecnología ya disponible permite producir la misma manzana con 35 litros. De ese tamaño es el margen de mejora que tiene el campo mexicano, asevera Villalobos Arámbula, ingeniero agrónomo de profesión.
- Más allá de que en la versión final del T-MEC quedó conjurado el peligro de un comercio administrado —como lo proponía Washington— y se conservó la apertura comercial en los términos del vigente TLCAN, el nuevo tratado prevé nuevas disciplinas para procurar un sector primario sustentable, lo que pone el acento en una mayor eficiencia productiva y en un uso racional del suelo y del agua, dice a El Economista el titular de la Sader. “Tenemos que empezar a cambiar nuestra forma de ver el sector primario. Debemos ver cuántos metros cúbicos de agua implica la producción de 1 tonelada de maíz, por ejemplo. Estos recursos se están agotando. Tenemos que reconocer que tenemos que ser más eficientes en la reconversión de los recursos naturales en alimentos y, sobre todo, en la huella hídrica”, sostiene.
- El año pasado, refiere, 60% del territorio mexicano estuvo afectado por la sequía y las temperaturas fueron las más altas desde 1954. Se trata de una nueva tendencia de largo aliento antes que de una excepción: sólo el mes de enero pasado fue el más caliente en los últimos 104 años a nivel mundial.
- Esta realidad, la del cambio climático, es la que reconoce el T-MEC, en donde quedó plasmado el compromiso de los socios de América del Norte por una agricultura sustentable, como una vía para poder seguir alimentando la región en el mediano y largo plazos, dice el titular de la Sader.
- Pero en esta visón hay implícito otro hecho, expone. Se trata de la complementariedad alimentaria de los socios del bloque comercial, que se mantendrá y seguirá siendo una de las fortalezas de América del Norte.
- “Nuestras capacidades son contracíclicas y no necesariamente chocan. En el caso de México, somos dependientes y seguiremos siéndolo en una alta proporción en cereales, específicamente en granos y oleaginosas (…) Estados Unidos y Canadá son deficitarios, por razones climatológicas y de costos, en los productos que México exporta, que son hortalizas, frutas, cárnicos, aves y productos avícolas”.
El presidente estadounidense, Donald Trump, firmó el pasado 30 de enero la legislación para implementar el T-MEC en Estados Unidos. Dado que el Senado mexicano ratificó la última versión del tratado en diciembre, sólo falta la ratificación legislativa de Canadá, que se espera en las próximas semanas para que el acuerdo entre en vigor la segunda mitad del 2020.
Entre tanto, Víctor Villalobos ha sostenido y sostendrá reuniones con su contraparte estadounidense, Sonny Perdue, para concertar los detalles de la implementación del T-MEC en lo concerniente al sector agroalimentario.
- “Nuestras reuniones con nuestras contrapartes nos ayudan a afinar esta visión. Los tres países estamos de acuerdo en que tenemos que ser más eficientes, porque no podemos seguir incrementando la producción a expensas de la ampliación de la frontera agrícola”, afirma.
Nuevas reglas, definidas
En medio del apretón presupuestario del gobierno de Andrés Manuel López Obrador en el 2019 y en el 2020, a la Sader de Víctor Villalobos le ha tocado lidiar con recortes importantes, lo que implicó reducir los subsidios que la secretaría otorgaba al campo, principalmente a los agricultores de mayor tamaño.
Sin embargo, ello no fue obstáculo para que México volviera a romper récord en exportaciones agroalimentarias —con ventas por casi 38,000 millones de dólares y un superávit comercial histórico por más de 9,000 millones— y que el PIB del sector primario creciera 1.9% a contracorriente del PIB nacional, que se contrajo 0.1 por ciento.
Lo anterior demostró, dijo, que en este sector, como en otros, un mayor presupuesto no se traduce necesariamente en mejores resultados y destacó que la relación con el empresariado del sector es buena, pues aunque los apoyos están más racionados, los productores tienen certidumbre de las reglas del juego.
“La relación (con los empresarios) es buena, tan buena que han entendido que las prácticas con las que el gobierno subvencionaba la agricultura ya no se están dando y están entendiendo que esas reglas del juego cambiaron”, dice.
“Entienden que ahora hay una nueva forma de operar, de modo que estamos promoviendo una agricultura más competitiva y no necesariamente sustentada en los subsidios de gobierno”, agrega.
Mirar hacia el sur
El titular de la Sader asegura que en el 2020 no sólo se verá más inversión en el agro —lo que mantendría en nivel récord la exportación y el superávit comercial— sino que el gasto en capital llegará a regiones a donde tradicionalmente se ha invertido poco, es decir, al sur del país.
El racional es sencillo, afirma. Tradicionalmente la inversión se concentró en la región norte, donde abunda el capital, pero escasea el terreno, el agua y los trabajadores, que con frecuencia migraban desde el sur para satisfacer la demanda de mano de obra. Ahora, la idea es llevar el capital al sur, justo donde hay buen suelo y agua, la fuerza de trabajo necesaria.
“En el 2020 vamos a empezar a ver proyectos en regiones del sur-sureste. El tema de los jornaleros empieza a ser una limitante para el desarrollo de la agricultura protegida. Tenemos casi 60,000 hectáreas de agricultura protegida, que crece muy rápido, pero está sujeto a la disponibilidad de mano de obra. En vez de seguir trayendo a la gente del sur para la labor agrícola, ¿por qué mejor no movemos las empresas al sur a donde hay agua, gente, superficies y suelos?”, reflexiona.
Para la Sader, lo anterior se trata de aplicar uno de los tres pilares de la estrategia de política de la secretaría para este sexenio: promover una actividad agropecuaria inclusiva (los otros dos son la eficiencia y la sustentabilidad).
Fortalecer este pilar pasa, además, por el respeto a la cultura y sistemas productivos del sur-sureste. “Lo que se ha hecho mal en el pasado es que se ha tratado de imponer un sistema productivo de climas templados hacia las condiciones del sur-sureste, que son de condiciones de índole tropical”.
Los cultivos en los que se podrían ver los resultados de esta estrategia serían acordes con el clima del sur y entre ellos se cuenta el mango, la papaya, la piña, el café y el cacao.
“Nosotros podemos llegar con paquetes tecnológicos, pero en función a lo que tradicionalmente han hecho. No podemos hacer a un lado sus variedades e imponer. No estaríamos reconociendo todo lo que hay atrás de irse pasando la semilla de una generación a otra”, reconoce. /EL ECONOMISTA-PUNTOporPUNTO