Las campañas políticas formales apenas empiezan pero mucha gente ya las vomita. Los votantes potenciales ya están aturdidos y saturados por el tsunami de propaganda ñoña y pueril que los arrolla, pero, lo más grave, que es a costa de sus propios bolsillos.
Nada nuevo hay en el horizonte. La partidocracia se apropió de todos los espacios. El ciudadano sin partido es convidado de piedra a ese festín de la democracia huehuenche donde prevalece el interés de unos cuantos sobre el interés de las mayorías.
Y así, al servicio de los menos, como la grandulona tepocata del (así, del) Vicente Fox (¡sacarraca!) se colocó el señor José Antonio Meade quien afirmó que en el remoto caso de ganar la presidencia, le seguirá dando su pensión de cinco millones de pesotes mensuales a cada ex presidente. Una auténtica burrada.
Esa pensión tan ofensiva para la gente el Peje la quiere quitar, Anaya la revisará, pero Meade la apoya. ¿Ya se vio de qué lado masca la iguana?
Una cosa hay que reconocerle al señor Meade: sabe ser agradecido con su jefecito Peña, a quien no toca ni con el pétalo de una crítica, y mucho menos se mete con su pensión ¡ni lo mande Dios! Aunque el partido que le prestaron se le escape como agua entre los dedos…
El candidato del señor Peña, el candidato oficial, se esmera en servir a sus jefes, como lo ha hecho siempre, como está acostumbrado, para ello lo prepararon, pero esos atributos no le alcanzan cuando se trata de ganar el voto popular.
El esforzado señor Meade, el candidato oficial, dice en sus peroratas que quiere servir a quienes, en los hechos, siempre ha traicionado.
Está visto: esas mayorías no le creen. Por eso no crece. Está amarrado de pies y manos. Es el escudero fiel de Fox, Calderón y Peña Nieto, y en el pecado lleva la penitencia.
Y hablando de Peña Nieto, justo es reconocer también que es un presidente con suerte.
En enero de 2017, cuando tenía los más bajos índices de popularidad, vino el primer aletazo del señor Trump y una corriente de patrioterismo le llegó como aire fresco a su alicaída imagen.
No desaprovechó la ocasión y coló de volada a su querido primo Alfredito del Mazo, como candidato del PRI al Estado de México.
Luego puso todo el aparato federal al servicio de su alteza serenísima Alfredo Del Mazo III, para llevarlo con fórceps a palacio de gobierno.
Ahora, a Peña le llegó otra corriente de aire fresco nacionalista, pero esa repentina brisa perfumada de unidad nacional viene cargada de sospechosismo.
Esa bocanada de aire tiene un tufo a engaño y patrioterismo chafa. ¿Se trata de un montaje? Pues si no lo es, bien que lo parece.
Resulta poco creíble que luego de las visitas a la Casa Blanca del aprendiz Luis Videgaray, y la recíproca del yernito Jared a Los Pinos, el señor Trump de repente amaneció con ganas de militarizar la frontera.
Mueve a sospecha que sin guerra ni notas diplomáticas de por medio, ni cambios en la relación peso-dólar, surja un fervor patrio tan desmedido.
¿Acaso estamos en guerra? ¿Qué esperamos entonces para mandar una partida de microbuseros que rebasen por la derecha las tanquetas gabachas, les den de cerrones y mínimo les mienten sus madres a los marines?
Chance y no les ganemos, pero bien que los desmoralizamos.
¿No que un soldado en cada jijo le dimos a la patria?
Me pregunto: ¿por qué no nos unimos igual en defensa del campo mexicano, de la banca, el petróleo o la minería? Digo, por citar apenas algunos rubros más saqueados. Ahora de la nada, salió un fervor patrio digno de mejor causa.
Ahhh!! Que quede claro: Quien lo hizo fue la partidocracia ¿Será porque estamos en elecciones? ¿La jugada le alcanzará a Peña para hacer crecer a su escuderito Meade?
Sin lugar a dudas, en eso del patrioterismo por fin hubo un chile que le acomodó a todos los partidos políticos, aunque a Peña, todo parece indicar, con el fin del sexenio también se le acaba la buena suerte.
Y hasta la próxima, sean felices, aunque eso parezca, misión en la frontera norte.