Terminaron el mundial de fútbol y los larguísimos y costosos procesos electorales mexicanos.
Las aguas vuelven a su nivel. La atención se centra en otros temas.
Ahora se toca un nuevo son. Unos bailadores se van y otros entran a escena.
Las noticias son de diversa índole. Hay expectación y esperanza de quienes votaron por un cambio a fondo…
Pero esas expectativas corren de la mano de los avisos, las ocurrencias, la especulación y hasta los desatinos de quienes tendrán la conducción nacional a partir de diciembre próximo y pagan la novatez.
En la sociedad y en los sectores que hacen la gobernabilidad hay una rara sensación entre esperanza razonada combinada con temores manifiestos o escondidos.
Algo nuevo se otea en el horizonte, algo que está en construcción y no tiene forma concreta todavía y por eso mismo causa temor pues obliga a moverse sin saber bien a bien para dónde hacerse.
Viene algo nuevo que quizá sacará del marasmo político y administrativo a la nación pero produce temor.
Eso se percibe y puede que esté por ocurrir, pero inquieta. A algunos mucho más que a otros.
Se habla se combate decidido contra la corrupción.
El cómo se logrará es lo que está en entredicho.
La esperanza de un cambio profundo está en espera. ¿Se acaba el neoliberalismo y entra de lleno un modelo nacionalista en México?
¿Neoliberalismo es por fuerza globalización y renuncia de un Estado nación a producir por sí misma sus mínimos básicos?
¿El capitalismo siglo XXI, con todo lo que implica, permite el ayuntamiento con el Estado benefactor prometido por AMLO a las mayorías?
¿Habrá cambios suficientes para que todo siga igual? ¿El cambio va en serio?
Se habla hasta de incorporar a José Antonio Meade y Anaya al nuevo gobierno en aras de la reconciliación nacional.
Se habla de pactos en lo oscurito para el relevo en el mando nacional.
También de pactos de impunidad.
Que si el Estado Mayor Presidencial será Estado menor…
Las noticias y especulaciones van y vienen en el largo proceso de entrega-recepción del poder en el México mágico, donde hay tiempo hasta de vacacionar…
Y en ese ambiente tan, digamos, agridulce y de expectativas razonadas, hay quienes predicen el próximo infierno mexicano y otros más la gloria…
Ni unos ni otros. Seguramente será un cambio muy a la mexicana, con todo lo que eso significa.
Nuestra nación independiente nació de parto doloroso y sangriento y además se parió ya endeudada. Hoy debe hasta los choninos. Su deuda es de náusea. Eso frena en gran medida sus expectativas.
Eso obliga investigaciones a fondo para que se devuelva a las arcas públicas buena parte de ese dineral sustraído de manera ilícita.
Y en todo ese cóctel de lo que no acaba de arribar pegado con lo que no acaba de irse genera un clima de incertidumbre.
Muchos burócratas andan inquietos o de plano con el Jesús en la boca. Los podría mandar muy lejos… a trabajar, o al desempleo abierto.
Se premiará al improductivo personal de base en el gobierno y se castigará a los que sí trabajan.
Las oficinas de prensa, esos cotos donde medraron y medran infinidad de personeros impresentables, llegan a su fin en el sector federal.
Las empresas de comunicación que privilegiaron su interés económico por encima del interés del colectivo vislumbran tiempos de vacas flacas e incluso la desaparición.
A quienes tampoco calienta ni el sol con los austeros ajustes anunciados es a los ministros de la Suprema Corte y a los jueces del Poder Judicial Federal.
Hasta huele allí a rebelión jurídica.
Tienen sus razones, sus ingresos bajarían a menos de la mitad en caso de que prospere el plan del nuevo presidente y que implica cambios radicales a la Constitución.
Pero quienes andan locos de contentos con sus cargamentos para la ciudad, son los futuros virreyes imperiales, uno por cada entidad federativa.
Ellos serán los poderes paralelos al gobernador constitucional en su nuevo papel de súper delegados o coordinadores, el nombre es lo de menos, la función y el poder es lo de más.
Esos nuevos señores de horca y cuchillo que acabarán de tajo con el federalismo serán también súper todólogos.
Atenderán y sabrán de temas educativos, presupuestales, de seguridad, de salud, de procuración de justicia, de medio ambiente, etcétera, etcétera.
Es decir, la todología en su máxima expresión.
Ellos, la versión moderna del Virreinato virtual, serán el poder real en las entidades federativas.
Sólo con el candidato perdedor de Morena en Jalisco, Carlos Lomelí, un auténtico “fifí” investido ahora como “coordinador centralista” por esos lares, nada raro sería que surgieran por ahí hasta nuevos encomenderos.
Los actuales gobernadores electos por la gente serán meros sirvientes tramitadores; su poder quedará acotado hasta entregarlo al titular de la “coordinación centralista”.
La de súper delegados es la figura más inquietante producida hasta ahora por el futuro presidente pues en aras de la austeridad, de un plumazo borrará todo lo sustantivo del federalismo.
Ni siquiera el nombramiento de Ricardo Monreal como nuevo pastor de los senadores morenos es preocupante pues en México el “supremo” Poder Ejecutivo manda sobre los demás (artículo 80 constitucional).
Los más extremosos dicen que con AMLO se reeditará el México decimonónico. Otros más benevolentes dicen que regresa al PRI del Estado benefactor de los cincuenta-sesentas del siglo pasado.
Algunos más, de plano dicen que se regresará al modelo colonial y virreinal.
Las grandes mayorías nacionales, las grandes electoras, esas esperan esperanzadas por un gobierno que se preocupe y se ocupe de ellas.
En sus calendarios y en el de México quedó marcado el mes de julio de 2018 como el parteaguas de los grandes cambios.
La cuarta regeneración nacional está por arribar. Ojalá no nazca muerta.
Y hasta la próxima, sean felices, aunque algunos súper delegados próximos a entrar en funciones y otros tantos del primer círculo del poder de AMLO sean unos auténticos demonios del mal.