Por Javier Torres Aguilar
Las palabras bonitas es difícil que asomen. Hubiera querido escribir de los otros, de los demás, es más fácil, pero un enorme hueco en mi pecho lo impide: hace rato miré los ojos tristes de uno de mis afectos entrañables, de los míos, de los más cercanos; no está confirmado, pero los síntomas apuntan certidumbres indeseables.
Quise abrazarla, consolar esos ojos tristes con un abrazo. Me quedé con las ganas…
Hace un rato, dos hombres vinieron a realizar la prueba del Covid 19 y esos ojos tristes marchitaron mi ser.
No quisiera escribir esto, ni nada, o más bien, hubiese preferido escribir alguna del par de crónicas agendadas, donde el ritmo sería más alegre y sarcástico por el sepelio ese donde todos, primero, saludaban de lejecitos y después, platicando, bebiendo y comiendo muy pero muy juntos, como si el coronabicho solo fuera una cifra del anecdotario, nada más.
Tampoco tengo ánimos de escribir de ese sepelio singular que nos retrata de cuerpo entero a los mexicanos. Ni de nada más ni de nada menos…
Tampoco quisiera escribir sobre de lo que me carcome el alma por culpa del maldito bicho.
Pero lo hago por convicción, como llenar un acta de comisaría para que quede constancia del suceso y que luego los historiadores puedan otear el texto para reconstruir la historia de esta pandemia, que a todos nos agarró desarmados.
Primero fue la negación: nadie de nosotros puede estar infectado, nos cuidamos; y es cierto, llevábamos casi dos meses encerrados, en apariencia a salvo del maldito bicho; pero una salida de urgencia y chance ahí, entre ese montón de gente al descuido, nos hablaron cerquita, y el bicho nos alcanzó y atenazó con sus garras.
Y los síntomas no tardaron en asomar: un dolorcito en el pecho, como falta de aire; cansancio excesivo y dolor de garganta…
Huy. Creíamos estar fuertes ante un posible contagio: teníamos en mente un sinfín de remedios caseros para combatir al intruso: gárgaras con agua de sal, con vinagre; infusiones de limones con aspirinas, bebida de limón y bicarbonato…
Y habíamos practicado como prevención: gárgaras de sal o vinagre. Al parecer, nada de eso noquea al bicho del terror.
Quisiera que todo esto fuera un mal sueño, y que a esos ojos tristes pudiera hacerlos reír con ocurrencias…
Pidieron, los hombres encargados de tomar las muestras mucosas, jergas con cloro para desinfectar el calzado. Los miré entrar a la sala, los miré ponerse guantes, lentes, careta y su equipo especial para preservarse del mortífero bicho.
Rápido, en escasos unos dos minutos habían tomado las muestras.
Luego la rutina inversa, a quitarse el equipo y rociar sus manos enguantadas con desinfectante; quise saber cuántas muestras recopilan diario: No, señor, nosotros no sabemos nada.
–Ustedes nos traen los medicamentos, interrogué con ingenuidad.
–.Nada señor, no sabemos nada, señor.
Es palpable, la instrucción es no soltar la lengua. Para nada. Y son fieles al compromiso. En boca cerrada no entran virus.
Después de lavar con cloro, jabón y agua las huellas de esos hombres, me encontré de nuevo con los ojos tristes que me hicieron ese enorme hueco en el pecho que me impide la escritura de la crónica programada.
Ojalá, después pueda escribirla.
Ahora escribo sin ritmo, sin emoción…
A mí y los míos, ese bicho maldito nos ha separado en nuestra propia casa. Yo en la sala y cada quien en su cuarto. Ahora nos hablamos a gritos, a señas o por videollamada, y en nuestro propio hogar…
Qué cosas genera el bicho del terror. Ni a Luis Buñuel, se le hubiera ocurrido este surrealismo en tiempos del coronabicho gacho.
Nunca pensé escribir de ese bicho asesino metiéndose con los míos, pero la realidad es cruel… y hasta democrática.
Antes de la toma de las muestras, un día antes, desde la distancia se hizo la consulta médica, las indicaciones, la receta…
Los fármacos desde ya, ahorita, ante los síntomas evidentes, indicó el galeno.
Y a todos nos han tocado medicamentos, aunque los síntomas apenas sean perceptibles. No todos presentan el mismo cuadro clínico, dijo el médico vía celular.
Los resultados de la prueba médica los sabremos en cinco días. Días terribles, eternos, largos como la cuaresma. Cinco cuaresmas para orar y orar tratando de conjurar al bicho del miedo y las desdichas.
Mientras llega la información que quiero y no quiero conocer, trataré, no sé cómo, de alegrar un poco esos ojos tristes.
Ha convertido su situación difícil en arte con sus palabras.
Mis mejores deseos, confiamos en Dios y en el Universo para que el próximo reportaje esté lleno de gozo y salud por los resultados favorables
¡Abrazo enorme al escritor!
Dennis, gracias por tus deseos. Cuán confortables son tus palabras.
Ha convertido su situación difícil en arte con sus palabras.
Mis mejores deseos, confiamos en Dios y en el Universo para leer el siguiente reportaje lleno de gozo y salud por los resultados favorables
¡Abrazo enorme al escritor!
Ha convertido su situación difícil en arte con sus palabras.
Un abrazo enorme al escritor y mis mejores deseos, confiamos en Dios y en el Universo para leer el siguiente reportaje lleno de gozo y salud por los resultados favorables
Gracias, Humberto, por las palabras de aliento…
Te mandamos un abrazo querido Javier, eres un gran escritor y una persona de un hermoso corazón… Vas a ver que estarás bien, tienes qué! Muchas crónica spor escribir, almas que alegrar, ojos que brillarán de nuevo…