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Hay casos que aunque no aparecen en las estadísticas de violencia familiar -porque en su mayoría se dan puertas adentro-, dan cuenta de la crisis por la que transita la función de los padres que no han podido fijar límites a tiempo. Se trata de la violencia filoparental: hijos que dominan, insultan y hasta les pegan a sus padres. El disparador de los virulentos ataques de ira suelen ser las discusiones derivadas del uso o la falta del celular, la tablet o el artículo electrónico que sea. Los protagonistas no son sólo los adolescentes -inmersos en la típica rebeldía de la edad- sino también nenes más chicos, incluso los que están dando sus primeros pasos en la lectoescritura.
¿Qué rol juegan las nuevas tecnologías, como característica de época, en este tipo de conductas? ¿Potencia los conflictos entre padres e hijos? ¿Por qué? Los especialistas consultados por Clarín explican que en los menores se observa una suerte de adicción y dependencia al celular y a la tablet, por eso cuando no lo tienen, se sienten «vacíos» y se enojan mucho. Es que para ellos, esos aparatos representan un objeto de deseo mucho más fuerte que cualquier entretenimiento del pasado que supo ser centro de conflictos durante la adolescencia de los padres de hoy.
El fenómeno actual se retroalimenta con otro: padres sobrepasados por distintas razones de la vida diaria, fueron muy flexibles en la crianza de sus hijos y cuando quieren hacerlo -prohibiendo el uso del móvil, por ejemplo- se genera la espiral de violencia. «Las pantallas generan cierta hipnosis. Los chicos quieren salir de un medio ambiente que los angustia y se refugian en ellas. Cuando se las sacan, reaccionan como un nene de dos años al que le quitan un juguete», señala el psicólogo Miguel Espeche, autor del libro Criar sin miedo.
«Les digo a los padres que a los hijos tienen que leerles la Declaración de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas para que sepan qué es un derecho (alimentación, educación, comprensión, por ejemplo) y qué no. No hay derecho al smartphone», asegura Espeche. «La tecnología tapa el vacío que no se formó en la mente de los chicos -dice Eva Rotenberg, psicoanalista, fundadora de la Escuela para Padres-. Cuando los padres no los dejan acceder a ella y eso les genera una violencia tremenda».
¿A qué vacío se refiere Rotenberg? Al que tienen «los chicos no mirados, no registrados por sus padres, que crecen sin desarrollar un yo capaz de generar confianza y autoestima. Son chicos que crecen sin poder desarrollar recursos internos. ‘Con la Play puedo ganarle al monstruo más fuerte’ me han asegurado nenes que después en la vida real no pueden defenderse de sus pares».
La especialista asegura que estos padres «olvidaron cómo sus hijos llegaron a esa situación». Y agrega que recuerda casos en los que antes de llegar al consultorio, los padres tuvieron que llamar a la Policía o el chico fue internado, bajo tratamiento psiquiátrico.
En España hay estadísticas. En Cataluña, cada año se produce un promedio de entre 150 y 160 detenciones de menores por este tipo de casos, según publicó hace unos días el diario La Vanguardia. Dice la Policía de esa región que cuando las familias acuden a ellos llegan muy deterioradas anímicamente y muchas veces estando ya en tratamiento psicológico. Parece que allá y acá lo que está en crisis es el modelo de crianza. «Las actitudes violentas son producto de la forma de crianza y el entorno social que conforman el desarrollo de la infancia del chico. Si los temas se resuelven a los golpes e insultos, ése será después el método de los chicos. Y eso replica día a día en la violencia escolar, en los noviazgos violentos», explica a Clarín Guadalupe Tagliaferri, a cargo del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad. Y subraya: «Me cuesta creer que si hubo dialogo y respeto, los hijos le peguen a los padres».
En esa línea, Espeche se remonta a los primeros años de la infancia y señala: «Cuando desde el inicio de la crianza no se han podido fijar límites, los chicos crecen, toman el poder, no saben cómo ejercerlo, y puede desencadenar en casos extremos de violencia».
Se refiere a las conductas del llamado «bebé tirano». Hasta el año, parece que los demás sólo existen para satisfacer sus necesidades. A partir de ahí, el niñova aprendiendo estrategias para conseguir lo que quiere, como las famosas y temidas rabietas. Hacia los 4 ó 6 años, ya puede ser capaz de verbalizar su rabia y controlarse un poco más. Pero no es el caso del «niño tirano» que sigue intentando imponer su voluntad. La agresividad persiste, avanza, se agudiza y a partir de los 14 años se junta con la rebeldía propia de la adolescencia.
Dicen los expertos que en esta etapa no sólo se ven reacciones de violencia y maltrato hacia los padres o tutores; también hay chicos con problemas vinculares con sus padres manifiestan problemas de aprendizaje, de alimentación y hasta afecciones en la piel.
«La adolescencia es un momento vital en el que se pone de manifiesto cómo transcurrió la infancia», apunta Rotenberg. Y agrega: «La violencia es un modo de reclamo: el hijo violento, de alguna manera, se sintió violentado a lo largo de su vida, porque no pudo contar con sus padres del modo en que él hubiera necesitado»