La marcha del orgullo LGBTTTI que ayer desbordó Reforma y el Centro Histórico de la capital del país en realidad fueron dos: la de quienes se regodearon con el ánimo festivo de celebrar su derecho a estar ahí, sin sentir vergüenza de quiénes son, y la de quienes advierten que la violencia y discriminación siguen marcando la vida y la muerte de los que se toman el atrevimiento de no ser heterosexuales. “Queremos que nos dejen vivir nuestra vida, porque nosotros no nos metemos con nadie”, reclaman una mujer trans de 70 años y su esposo, Rubén, de 60, que participan en la movilización desde hace una década./ LA JORNADA