Es el mediodía de este lunes 23. En Cuauhtémoc y San Luis Potosí, colonia Roma, los elementos policiales del alcoholímetro tienen todo el día por delante y están explotando el punto intensivamente. “¿Cuándo bebió? Porque si bebió el fin de semana, del viernes para acá, sí sale”, dice un oficial de lentes que está al mando del punto al chofer de la camioneta de mudanzas que Crónica utiliza para pasar por el punto de control vehicular.
A diferencia de los fines de semana, en los que los conductores privados son detenidos para detectar a los alcoholizados, este lunes, es un operativo especial para transportistas privados y mudanceros.
“No he bebido hace cuatro días”, responde el conductor.
- “¿Y los papeles de la unidad? ¿Y el seguro? Pásame los papeles por favor y estaciónate allí adelante. Acuérdate que con ustedes es tolerancia cero y la unidad se va al corralón”, es lo que el oficial de lentes insistirá en repetir una y otra vez, alargando el proceso de revisión.
- Desde el lugar del copiloto, Crónica pide el nombre al oficial (un derecho que los ciudadanos tienen desde 2008 es el deber del oficial a identificarse).
- “Salvador Fuentes”, dice. El nombre en su uniforme está tapado con el chaleco luminiscente vial.
El conductor baja de la unidad y le aplican la prueba de alcoholemia. Está limpio. Crónica graba en video la prueba de alcoholemia (nada lo prohíbe) y los oficiales se miran ente sí. Los oficiales le indican al conductor que puede seguir su camino. Van por otro.
- “Siempre es así”, señala el conductor a Crónica ya que ha arrancado y dejó atrás el punto de revisión. “Sólo ven qué andan sacando”.
Crónica se separa del transportista unas cuadras más adelante y regresa al alcoholímetro a pie, utiliza la parada del Metrobús Hospital General, para mirar sin ser detectado. Los oficiales no se percatan que desde allí son observados. En verdad son intensivos, detienen transporte de carga privada, revisan, toman su tiempo.
Al fin, una camioneta de redilas rojas cae y los policías logran que el conductor se muestre titubeante, es un muchacho delgado que muestra su nerviosismo metiendo repetidamente las manos a la bolsa y balancea el cuerpo de atrás hacia adelante, además de doblar el cuerpo hacia adelante, en actitud sumisa.
Otra unidad ha quedado detenida atrás, pero es liberada para atender a esta camioneta roja. La prueba de alcoholímetro es aplicada, eso es rápido, pero lo que viene después requiere su tiempo. Los oficiales platican con el conductor. Éste se mueve cada vez más nervioso.
La plática se prolonga, llevan al muchacho bajo el toldo de la caseta desmontable y allí continúa el diálogo. Si algo ha salido mal en la prueba, el muchacho lo está resintiendo claramente (y si es que lo ha entendido, pues en realidad no le han mostrado el aparato al que ha soplado y la medición que arrojó, como sí se ha hecho en el caso que se videograbó unos minutos antes).
Los policías mandan al muchacho a buscar algo a la camioneta, se dirige a la ventanilla del copiloto y regresa nuevamente, con las manos en las bolsas. Otra vez regresa bajo el toldo, la plática esta vez es breve, sólo en lo que el semáforo más cercano se pone en color verde y reinicia la circulación. En todo este proceso, los demás policías no han detenido otro vehículo.
Un gran apretón de manos del muchacho con el policía al mando, mientras otros uniformados hacen casita a la escena. Luego, cruce de entregas entre los propios oficiales, cuando el muchacho ya va de regreso a su unidad.
Crónica abandona su escondite e intercepta la camioneta antes de que abandone el lugar y le pregunta al muchacho:
“¿Cuánto te sacaron?”
El muchacho encoje los hombros y ríe. No huele a alcohol (la pregunta se ha hecho de muy cerca, invadiendo la cabina por la ventanilla del conductor como hacen los policías del alcoholímetro).
La camioneta arranca y se pierde en el tránsito de Cuauhtémoc.
Luego se pregunta a los oficiales cómo fue el proceso de revisión de la camioneta que se acaba de ir. Es evidente que el oficial a cargo reconoce a personal de Crónica que estaba antes a bordo de uno de los vehículos detenidos minutos antes.
- “¿Usted venía en la camioneta de hace rato?”, pregunta la oficial femenina que había dejado el paso a los vehículos detenidos, cuando el muchacho del apretón de manos se puso nervioso. El oficial a cargo ha optado por retirarse.
- “Soy psicóloga”, comentará la policía, cuando se le pregunta si estudio en Academia policial (otro aspecto surgido de las reformas de 2008, que los uniformados sean de carrera y no improvisados) y se le pregunta qué opina de lo que acaba de pasar.
- Yo no vi nada, todo se hace conforme a derecho; es lo que dice y en eso se mantendrá toda la plática.
Una funcionaria más, que se identifica como de la oficina de Derechos Humanos que debe acompañar estos operativos, también señala no haber visto nada: “Yo estaba aquí”, dice a correctos diez metros del lugar de los hechos.
En efecto, no se ha acercado a lo que pasaba en la caseta desmontable, a pesar de que —como puede comprobarse en el material gráfico de Crónica—, los policías han retenido a un conductor, le han hecho pruebas de alcoholemia, han estado platicando a solas con él y lo han mandado por algo a su camioneta, en un proceso que ha durado más de diez minutos.
La funcionaria, a petición de Crónica, pide nuevamente que el policía a cargo se identifique. Esta vez no dice nombre, descubre la placa de su chaleco en la que se lee A. Fuentes G. “¿No se llamaba Salvador?” “No sé”, dice, ya sin ánimo de seguir hablando./LA CRÓNICA