Luis de la Calle (Ciudad de México, 1959) tiene en la cabeza prácticamente todas las variables económicas del México contemporáneo. Miembro del equipo negociador que alumbró el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) —cuya renegociación lleva más de un año copando las primeras páginas de los diarios mexicanos día sí día también—, hoy ejerce como consultor y presidente del think tank México cómo vamos y se moja en todos los frentes siempre que de política económica se trate. Comercio, impuestos, desigualdad…
No rehúye ninguna pregunta en su encuentro con EL PAÍS, que transcurre en su despacho durante una nublada y fresca tarde primaveral a poco más de semana vista de las elecciones presidenciales del 1 julio. Su análisis sobre rezuma optimismo, pero reclama cambios en prácticamente todos los frentes.
Pregunta. Tras un cuarto de siglo de TLC hay un consenso más o menos generalizado sobre lo positivo de la apertura comercial para México. Pero se habla poco de los perdedores.
- Respuesta. No se habla porque no hay muchos. La culpa, además, no es del tratado: en las industrias en las que el TLC es fuerte, los salarios son más altos. En el mercado laboral sí hay una discusión entre quienes sitúan a la oligarquía financiera-económica como responsable de que los sueldos sean bajos, algo que solo es cierto en algunos casos, y quienes lo achacan al crecimiento de la oferta de trabajadores. Las cohortes más grandes de la historia de la pirámide demográfica se han incorporado al mercado en los últimos 25 años. Además, ha habido un gran incremento en la participación de las mujeres y hemos tenido flujos migratorios inversos. Eso, pese al crecimiento del empleo, ha deprimido los salarios.
P. ¿Hasta cuándo va a seguir esta dinámica?
R. Los salarios reales ya están empezando a crecer y van a hacerlo de una manera más acelerada en los próximos años, porque las próximas generaciones que se incorporen al mercado laboral son más pequeñas. Empieza a haber cierta presión en el mercado.
P. Ha habido, sin embargo, un desacoplamiento entre productividad y salarios: aunque no mucho, la primera ha crecido mientras los sueldos quedaban estancados.
R. 100% de acuerdo. La razón, de nuevo, es la gran disponibilidad de mano de obra. En Argentina el salario promedio es más alto, pero allá no hay la cantidad de trabajadores que hay en México: acá tú abres una planta y vas a tener una cola de 2.000 personas que quieren el puesto, muchos de ellos jóvenes y con suficiente capacitación. Si hubiese escasez de trabajadores, por más que seas exportador o que los empresarios se pongan de acuerdo, no se podrían mantener los salarios bajos por mucho tiempo. El propio mercado no lo permitiría. De todas formas, hay un problema de medición: no es congruente que el salario reportado sea el que es y que, a la vez, se abran centros comerciales cada 15 días y haya más pantallas de cine que en Brasil.
P. ¿No ve una falta de responsabilidad por parte de algunos empresarios?
R. Sí, algunos empresarios han fallado en su obligación moral de pagar bien. Las empresas exitosas, a pesar de que sepan que hay disponibilidad de mano de obra, deben pagar bien. Porque, además, es lo que más les conviene para su propio éxito. Hay que saber repartir las ganancias.
P. Luego está el salario mínimo, uno de los más bajos de América.
R. Hay que incrementarlo: aunque hace 30 años se eliminó en los hechos, al no corregirse, sigue influyendo psicológicamente en las negociaciones [entre empresarios y trabajadores]. Hay un consenso de todos los candidatos, excepto [José Antonio] Meade [PRI], de que hay corregirlo. Pero el principal problema del mercado laboral mexicano es que las pequeñas y medianas empresas tienen muchas dificultades para crecer: en cuanto lo hacen, las extorsionan: el político, la policía, el inspector laboral, el inspector de salud, el líder sindical… Con un esquema que hubiera permitido la expansión de las pymes en México y con un Estado de derecho consolidado, los salarios serían más altos. Sin duda: una empresa que está limitada en su crecimiento por la extorsión no puede pagar salarios altos.
P. ¿Qué papel juega la informalidad?
R. Es tan grande que, si tratan de poner condiciones salariales en el sector formal, lo único que se crearía es un crecimiento de la informalidad. El que está en la economía informal tiene ventanilla única en materia de extorsión: tiene relación con un mafioso que le extorsiona, pero en régimen de monopolio. Cuando ingresan a la formalidad les extorsionan 15, así que para muchas empresas es mejor permanecer. Las empresas grandes son casi inmunes a la extorsión y eso hace que las medianas no puedan competir contra ellas. Cuando una tiene éxito, es extorsionada.
P. ¿Qué puede hacer la política?
R. Tenemos un sistema político que promueve, e incluso premia, la extorsión: con ese dinero se financian las campañas. El 1 de julio es una oportunidad para cambiar esto, de mutar a un mundo en el que quienes trabajen en el Gobierno o estén relacionados con los partidos no vean la función pública como una fuente de ingreso.
- ¿Por qué va [Andrés Manuel] López Obrador arriba en las encuestas? Porque existe la sensación de que todos son corruptos, de que todas las fuerzas políticas se volvieron como el PRI. El modus operandi del PRI está basado en un régimen concesionario: yo te doy a ti una concesión para que hagas X o Y a cambio de tu lealtad. Pero el problema de López Obrador es que las clientelas del PRI las asumió el PRD cuando él era jefe de Gobierno de la Ciudad de México. La pregunta es si ahora, como presidente, en caso de que gane, va a seguir esa misma forma de operar.
P. ¿Cómo imagina la acogida de los inversores a López Obrador?
R. No va a tener contrapesos, y los mercados todavía no se han dado cuenta de eso. Si logra la mayoría absoluta en ambas Cámaras y el jefe de Gobierno de la Ciudad de México es de su partido, la oposición que enfrente será escasa. También en los medios. Me preocupa la ausencia de contrapesos de cualquier presidente, pero López Obrador, además, tiene una trayectoria de un cierto autoritarismo en el sentido de no ser muy tolerante a la disidencia. El principal contrapeso que tendrá serán los mercados y los tratados comerciales ya firmados.
P. ¿Qué podría hacer en las primeras semanas para tranquilizar a los mercados?
R. Depende de dónde esté el peso: cuanto más devaluado, más incentivos tendrá para calmarlos. La aversión al riesgo a los países emergentes es potencialmente positiva para México, porque va a imprimir cierta disciplina. El escenario más peligroso para México sería un enamoramiento de los mercados con López Obrador y que, entonces, tome medidas que nos lleven a tener problemas en dos o tres años.
P. Pero tanto él como su equipo han insistido mucho en la disciplina fiscal.
R. Sí. Creo que van a tener una política fiscal y monetaria relativamente conservadora. El mexicano va a tener poca tolerancia a un peso en 25 [un tipo de cambio de 25 pesos por dólar] y a la inflación.
P. Los tres candidatos han puesto encima de la mesa costosas propuestas para el erario, pero apenas han hablado de cómo las financiarán.
- R. El mexicano tiene poca tolerancia a que le cobren más impuestos. En parte porque no ve los resultados, en parte por la corrupción y en parte porque no les gusta pagar, por una falta de solidaridad fiscal. Sigue muy presente la idea de que puedes salirte con la tuya y no pagar: es equiparable a la falta de responsabilidad moral de algunos empresarios a la hora de pagar a sus trabajadores. México necesita una carga fiscal mayor y, sobre todo, luchar contra la evasión: ¿a cuántas personas o empresarios han metido a la cárcel por esto? La sociedad debe penalizar al evasor.
P. La desigualdad no es una novedad en México, pero sí que esté, por primera vez, en el centro del tablero político.
R. Se ha vuelto un tema en todo el mundo, no solo en México. A los grandes intelectuales estadounidenses la desigualdad les importaba un comino cuando era en otros lugares. Hasta la crisis de 2008, que fue la mayor transferencia de riqueza en la historia reciente. En México lo que ha enfatizado la desigualdad ha sido el éxito de algunos sectores y el rezago de otros. Es políticamente incorrecto, pero esta desigualdad tiene una parte positiva: el hecho de que Querétaro tenga éxito es bueno para el país a pesar de que Chiapas no lo tenga./ CON INFORMACIÓN DE EL PAÍS