Las recientes elecciones en casi la mitad del país se nos presentaron como un pleito de partidos. Los protagonistas principales se la han pasado echando bravatas y lanzando golpes: siguen en eso. No sabemos de cierto lo que cada cual propone aunque estamos seguros que el PRI no posee más que la política aplicada hasta ahora por parte de Peña Nieto, es decir, nada nuevo. Sin embargo, la competencia ha sido muy dura y los resultados están apretados: habrá gobernadores con algo más del 30 por ciento de la votación.
La concurrencia en los doce estados donde se eligieron cargos ejecutivos ha sido normal: poco más del 50% del listado de electores; y muy baja en las entidades (CdMx y BC) donde sólo se eligieron diputados: menos del 30%. Pero el hecho de mayor trascendencia es que el PRI perdió cinco gubernaturas (Ags., Chih., Dgo., Q. Roo y Tamps.) aunque recobró dos (Oax. y Sinaloa). Este saldo desfavorable para el gobierno de Peña es producto de la política conservadora de corte neoliberal, la incesante corrupción gubernamental y la crisis de violencia que se recrudece en el país.
La otra característica ha sido que la división de la izquierda le impidió a ésta obtener el triunfo en Tlaxcala, Oaxaca y Zacatecas. Asimismo, en Veracruz una alianza exclusivamente entre Morena y PRD se hubiera alzado con la victoria. En esos cuatro estados la izquierda es mayoría política pero no ejerce esa responsabilidad: pierden con ello el país y la democracia. El objetivo de Morena de tomar el puesto de partido principal de la izquierda es una victoria sin trascendencia ni validez en tanto que la lucha es contra la derecha. En el otro lado, la tesis de la dirección del PRD de que sólo en alianza con la derecha panista se puede derrotar al PRI es igualmente falsa. Los dos partidos de izquierda se demostraron a sí mismos que su política no es la mejor aunque no se han tomado la molestia de iniciar un examen directo de la situación política del país.
Al PRD no le ha ido bien porque cosechó divisiones internas en Veracruz, Oaxaca y Zacatecas al grado de no alcanzar por ese motivo las gubernaturas en estos dos últimos estados donde los candidatos aliancistas eran militantes suyos.
Ahora bien, en la Ciudad de México aparentemente no se produjeron cambios pero los resultados en el terreno indican otra cosa. Morena mantuvo su condición de partido más votado pero además ya es mayoría en diez delegaciones mientras el PRD sólo lo es en cinco y el PAN en una. Las causas de la derrota del PRD, tanto en 2015 como el pasado 5 de junio, no consisten en la escisión que sufrió sino en la errática política del gobierno capitalino que en el imaginario ciudadano corresponde a ese partido. La administración de Miguel Ángel Mancera nunca tuvo proyecto alguno por lo que la ciudad ha funcionado con piloto automático. Desde diciembre de 2012 no ha ocurrido nada verdaderamente nuevo, casi todo ha sido aplicar leyes y programas anteriores. En consecuencia, la ciudad no está mejor que antes y los electores así lo reportan. En realidad, el PRD en la CdMx se encuentra anclado con su voto duro y no hizo siquiera el intento de realizar una campaña electoral. La lista de los primeros seis candidatos externos hizo ver que la dirección del partido carecía de figuras propias para encabezar una planilla porque aplica una política de exclusión. En este esquema político, Mancera y Jesús Ortega se repartieron las candidaturas como si fueran dueños de una miscelánea. El resultado porcentual no fue tan catastrófico como un año antes porque la participación ciudadana fue muy baja y el voto duro perredista todavía existe como producto del clientelismo directo, según lo demuestra el hecho de que el PRD recién recibió en la CdMx la misma votación que la totalidad de los sufragios registrados en sus propias elecciones internas de 2014: poco más de medio millón. El porcentaje de ahora es mayor (28% contra 20% de hace un año) pero la masa de votos es la misma.
Desde otro ángulo de análisis, la suma de los sufragios en favor de Morena y PRD arroja el 61.6% de la votación válida, casi 15 puntos porcentuales más que hace un año, lo cual indica que la división no ha provocado una reversión de las coordenadas políticas básicas de la ciudad porque el PRI y el PAN nunca habían estado tan bajos en porcentaje: carecen de plataforma propia y no saben siquiera ser oposición. El problema consiste, sin embargo, en que la división se ha convertido en buena medida en un pleito particular entre dos partidos en lugar de abrir un espacio de debate político que tanto demandan la izquierda y el país entero.