El espectáculo escatológico que acaba de culminar, llamado a veces «guerra sucia», no es del todo diferente a lo que habíamos visto en contiendas electorales anteriores, en especial en la de 2006. Sin embargo, el país ya tenía una situación política distinta.
El fracaso de la función de gobierno no corresponde sólo a un partido sino a dos. En el lapso de 12 años, entre el año 2000 y el 2012, hubo dos cambios políticos de gobierno, pero ninguno hizo la crítica pertinente ni planteó una modificación de rumbo. En un periodo de 18 años, los partidos de la alternancia fracasaron luego de aplicar la misma política.
Mientras la confrontación entre los abanderados de PRI y PAN era muchas veces algo personal, ya que las acusaciones entre ellos nunca tocaron la gestión de gobierno, ambos presentaban los mismos denuestos hacia el candidato de Morena debido a las profundas divergencias con su programa. La convergencia programática entre los viejos partidos era evidente en los discursos y las polémicas.
El peligro a lo desconocido, denominado «populismo», «irresponsabilidad», «ocurrencias», «locuras», etc., no era más que el repudio a un cambio de orientación política del gobierno y del Congreso.
Los candidatos de la línea política bipartidista hablaron mucho del peligro inminente de una vuelta al pasado, a las crisis económicas recurrentes, el estancamiento económico y la regresión social, pero sin admitir que en los últimos 18 años no se ha visto crecimiento y ha empeorado el patrón de distribución del ingreso.
Ambos candidatos del neoliberalismo lanzaron una inusitada plataforma de promesas de política social que no corresponde con sus verdaderas inclinaciones, pero sólo era para contrarrestar al otro aspirante. Pocos les creyeron, lógicamente.
Algunos intelectuales de centro-derecha han reconocido cierto fracaso del neoliberalismo en México, pero difunden la idea de que desviar el curso con un golpe de timón sería una vuelta atrás. En el colmo, Aguilar Camín (Milenio, 27.06.18) ha enunciado la tesis de que ese neoliberalismo fue el que condujo a la competencia política, como si el viejo sistema priista y su oposición de derecha hubieran prohijado las libertades políticas que hoy se tienen, es decir, se quiere borrar a la izquierda mexicana como si ésta nunca hubiera existido, para lo cual se desconoce el largo y penoso proceso de lucha popular por las reformas políticas, incluida la primera sacudida de 1988.
El desastre del desbordamiento delincuencial y la violencia que afecta al país no es cualquier añadido de una crisis nacional en curso. En este tema todo parece indicar que las cosas están empeorando rápidamente. La alternancia de los viejos partidos no sólo fracasó sino que es parte del mismo problema que se ha incubado en la falta de un programa social, en la corrupción generalizada y en el deterioro del aparato público.
La crítica del Estado corrupto mexicano no podría venir de los mismos que han construido ese sistema de gobernar. Cuando los candidatos de los partidos más comprometidos con la corrupción se lanzaban con cierta desesperación a condenarla, se estaban refiriendo en general al fenómeno, sin entrar en espinosos detalles. Esto ayudó a confirmar lo que ya se sabía: las condenas a la corrupción procedentes de los abanderados del PRI y del PAN no se las cree casi nadie, muchos menos ellos mismos.
En medio de ataques, afirmaciones falsas e insultos se realizó una contienda política que, sin embargo, terminó como había empezado. Las preferencias se mantuvieron casi igual que al principio de esos meses en los que se intentaba desacreditar un programa democrático y social. Una gran parte de la sociedad mexicana ya había cambiado para entonces y también se había conformado la fuerza política capaz de encabezarla. El poder lo sabía, pero tuvo que defenderse todo lo que pudo, era su obligación consigo mismo.