Al decir adiós, el Partido de la Revolución Democrática no lo hace sólo por la gran cantidad de miembros y simpatizantes que le han abandonado y le abandonan cada día, sino porque ya no es el partido que fue y, por tal motivo, pronto, con seguridad desaparecerá por completo.
El fenómeno no es nuevo. Hemos visto partidos que se van haciendo pasita conforme aumenta su extravío hasta que desaparecen del mapa político. El PRD lleva varios años en ese proceso. El esfuerzo de muchos de sus integrantes por frenar su deterioro ha resultado infructuoso. Cuanto más arreciaba la crítica interna a la política de su dirección, el PRD empeoraba. Su enfermedad tiene dos aspectos principales, aunque no son los únicos: la corrupción y el oportunismo que terminaron envueltos en un síndrome incurable. La dirección perredista se dedica al comercio y, como recién se ha visto, en ocasiones ha vendido, incluso, el puesto de presidenta o presidente del partido.
La alianza con Acción Nacional para llevar a la Presidencia de la República al líder de ese partido es una muestra de lo bajo que han caído unos dirigentes políticos a quienes no les importa estar llevando a la desaparición a un partido que fue la trinchera de millones para lograr la transformación social y política de México.
La dirección que ha firmado con el PAN la entrega del partido está caduca, pero no sólo en el sentido político, sino también porque su mandato terminó el 5 de octubre del presente año sin que convocara a elecciones. El sistema en el PRD es ahora autocrático, los dirigentes se designan a sí mismos.
De los principios, el programa, la línea política y el estatuto no ha quedado absolutamente nada. Esto no es una exageración sino hechos, por más increíbles que puedan parecer. El más reciente Congreso Nacional (2015) dijo claramente que con el PAN no se realizaría ninguna alianza general, que la línea era promover la unidad de las izquierdas. El documento aprobado jamás se imprimió, quedó medio escondido en la página electrónica a pesar de que abordaba los temas principales de la agenda nacional.
La canallada que hizo la dirección perredista en el Estado de México sólo tenía como propósito permitir que al PRI le funcionara la compra de votos porque, de otra manera, hubiera llegado a la gubernatura el mayor partido electoral de la entidad, que es Morena aún en los cómputos oficiales amañados. Esa dirección se convirtió en esquirol político, aunque otros le llaman palero del poder, ya que sólo deseaba que la izquierda no gobernara el mayor estado, cayendo así en un franco repudio de todo criterio elementalmente democrático. ¿Cuánto costó al gobierno federal esa acción del PRD? Quizá nunca lo sabremos pero de seguro que no fue poco.
A todo análisis, por decisión de su dirección ilegítima e ilegal, el PRD le dice adiós a su país. Sin embargo, la izquierda no desaparece en tanto que muere el partido que llegó a ser su estandarte casi único. Ésa sigue en la lucha, por lo cual la mayor tarea es unir en la acción a toda la gente que quiera un cambio a partir de las posiciones de una amplia izquierda.
Como muchos otros y otras, en lo personal he abandonado al Partido de la Revolución Democrática después de ser militante desde la primera convocatoria. Sigo en la izquierda y por ello tengo que dar la espalda a los tránsfugas antes que admitir como candidato a un neoliberal de la derecha más tradicional del país. Para luchar contra el neoliberalismo priista, la trinchera es la de la izquierda y no la otra derecha. El candidato de las izquierdas mexicanas, en la dimensión popular de éstas, no podría ser un panista sino el que efectivamente lo es ya en la realidad: Andrés Manuel López Obrador.
La gran corriente de izquierda debe unirse para dar la batalla electoral, pero ya no sumará las siglas con las que alguna vez casi toda ella se agrupó. El PRD dice adiós. Así sea.