El candidato (pre) del Partido Revolucionario Institucional, vuelta a ser partido oficial, no ha propuesto hasta ahora absolutamente ningún cambio. Con toda la contradicción lógica que esto pueda implicar, él añora el presente, el cual, sin embargo, no es otra cosa que el pasado que debería ser historia pero que está entre nosotros, a veces peor que antes de su propio tiempo.
País de vuelve atrás y, en el mejor de los casos, estar igual de mal que antes. Así observa a México un candidato de la tecnoburocracia priista-panista, pues, al cabo, ha servido a dos partidos.
Podría preguntársele a José Antonio Meade qué hay de nuevo. Él tendría que responder que llegó a ser candidato a la Presidencia de la República, eso es lo nuevo, mas añadiría que lo ha logrado por méritos propios, mucho mayores sin duda, podría pensar, que los del partido que lo postula. Pero cuando el telón se levanta tenemos lo mismo. La función es igual que la de todos los días aunque algunos actores han cambiado, mejor dicho, les han cambiado su papel, pero la comedia es la de antes.
La campaña (pre) de Meade se centra en la defensa de su actual jefe, Peña, de su gobierno, del cual formó parte, y también del anterior, en el que sirvió durante todo el trayecto. La adoración de las «reformas estructurales», en especial la de energía y aquella llamada educativa, es el ritual con el que se invoca el ingreso de México a la categoría de potencia mundial.
En frases más cortas, Meade piensa que el país será potencia si seguimos por el camino recorrido durante los últimos 30 años. Pero, ¿por qué hasta ahora no hemos dado ningún atisbo? Bueno, responder a tan impertinente pregunta es mucho más complicado.
Si ponemos los pies en la tierra, es imposible convertirse en potencia mundial cuando se carece de lo básico en un nivel de suficiencia inicial: ingeniería, tecnología, nivel educativo, patrón de acumulación de capital, estructura salarial, mercado interno, hacienda pública, en todo lo cual domina la carencia. No es lo mismo ser un importante país maquilador que lograr alcanzar el estatus de potencia mundial. Pero, además, Meade no ha dicho para qué es preciso ser potencia.
Pero el candidato priista no se limita a proferir la frase suelta «seremos potencia mundial». Como de esto no vive ningún político, ahora también se ve precisado a descalificar el programa social de López Obrador, el cual para Meade era «inexistente» hasta hace poco pero ya apareció aunque con muy poca fortuna: «no es viable».
¿Qué es lo que no se puede hacer? Becar a todos los estudiantes de escuelas públicas desde el bachillerato; costear con fondos públicos un programa generalizado de empleo juvenil en empresas públicas y privadas; dotar de suficiencia la matrícula de educación superior; concluir la cobertura universal de la pensión universal de adultos mayores, entre otros derechos.
Eso es inviable desde el punto de vista financiero dice Meade. Bueno, se dice que lo es sólo porque él no lo propone debido a que eso es lo que no hay que hacer según el catecismo neoliberal. Sin embargo, es viable aun bajo la actual estructura de ingresos públicos.
Hasta ahora, Meade no ha propuesto nada concreto, pues eso de ser potencia mundial es un propósito, digamos, abstracto e, incluso, etéreo.
El encuentro del candidato ha sido afectuoso con sus amigos de siempre, «háganme suyo», les dijo a los jefes priistas, caciques, «charros sindicales», ladrones de fondos públicos, vendedores de favores y mordidas, cobradores de «moches», compradores de votos. De gente así está lleno el PRI, hoy como antes.
Así tenemos que Meade también «añora» el presente del Estado corrupto, del cual sin duda él proviene, como destacado tecnoburócrata transexenal. Él sí ha comprendido aquella frase, un tanto en desuso por gastada, «hoy como ayer». Actualizar el pasado, «añorar» el presente.