Andrés Manuel López Obrador envió al Legislativo una iniciativa para precisar y extender los delitos por los cuales el presidente de la República puede ser enjuiciado por el Congreso de la Unión. El Senado añadió que en esa misma condición estarían los miembros de las cámaras. Sin embargo, los senadores, como los diputados, durante su periodo legislativo, pueden ser acusados de cualquier delito y no sólo de aquellos considerados graves.
Como los diputados de todos los partidos no estuvieron de acuerdo con arrogarse ese nuevo privilegio, reprobaron los cambios y regresaron la minuta respetando el contenido de la iniciativa presidencial.
El Senado, por su parte, insiste ahora en su propia redacción y reenvía el proyecto a la Cámara de Diputados.
Ese ir y venir de una iniciativa del presidente carece de un razonamiento de parte de los senadores, quienes, por lo demás, no tienen derecho, en términos políticos, a colgarse de un proyecto que no es suyo, pero con el cual buscan ser inimputables de la mayoría de los delitos durante el tiempo de su encargo.
Quien sufre las consecuencias del desaguisado senatorial es el iniciador del proyecto, Andrés Manuel López Obrador, pues esto más bien parece un asalto para sacar raja de impunidad, presionando al mismo presidente para interceder a favor de un texto constitucional que ya no es enteramente el suyo, sino que se ha modificado y deformado como condición para ser expedido por parte de unos senadores que buscan su propio provecho.
Con la iniciativa de López Obrador, el párrafo que se pretendía reformar se refiere exclusivamente al presidente de la República (art. 108, segundo párrafo). Es el impeachment, la acusación contra el jefe del Ejecutivo y su juicio en el Congreso de la Unión. Nada tiene que hacer ahí la mención de otros altos funcionarios de la Federación como son los legisladores. Es por ello que los diputados tuvieron que regresar al Senado la minuta volviendo al texto presidencial. Si algunos senadores, los de las minorías, quieren privilegios, pues que presenten sus propias iniciativas. En síntesis, esa presión no es en forma alguna legítima.
El tiempo que vivimos en México es para que se elimine totalmente el llamado fuero, es decir, la inmunidad procesal penal de los altos funcionarios, con el propósito de que todos ellos puedan ser sometidos inmediatamente a proceso sin pedir permiso a la Cámara de Diputados para que ésta proceda al desafuero previo a la imputación. Sin embargo, hasta ahora, las oposiciones han impedido la aprobación de este proyecto que fue el primero que presentó Morena en San Lázaro hace más de un año.
La mayoría parlamentaria de ambas cámaras no debería aceptar el chantaje de unas oposiciones que no proponen nada nuevo, pero son duchas en condicionar sus votos para completar los dos tercios necesarios en las reformas constitucionales, con el puro objeto de lograr la introducción de elementos que no corresponden con la nueva situación del país.
La lucha contra los privilegios políticos no podría en situación alguna admitir la ampliación de los mismos. Eso debería ser obvio.
Es posible hoy acusar a cualquier senador o senadora por cualquier delito. Pero con ese párrafo, cuya aprobación exige el Senado, sólo podría ser por delitos graves. Recordemos que la Cámara de Diputados es la que autoriza el enjuiciamiento penal de los miembros del Congreso. Con el insistente texto del Senado eso únicamente podría realizarse por los delitos comprendidos en el artículo 19 constitucional, es decir, los que se consideran graves. ¿Un senador o senadora podría robar durante el tiempo de su encargo sin que se le pudiera abrir un proceso? Eso es lo que se busca aunque sin confesarlo. Algo más para historia de la hipocresía.
La nueva mayoría parlamentaria no llegó tan lejos para promover nuevos privilegios sino para abolirlos todos. Esa es la promesa.