Desde antes del inicio de las campañas electorales, el país percibía la existencia de dos opciones políticas básicas: el neoliberalismo y el programa social. Ya iniciada formalmente la lucha electoral, eso es lo que se ha confirmado.
Por más que la alianza del PAN con el PRD se haya querido presentar como un neoliberalismo blando con algunas concesiones a la izquierda, lo cierto es que Ricardo Anaya ha fracasado en su intento de articular un programa social. Su propuesta de renta ciudadana universal, ideada para «rebasar» a AMLO, se ha desbarrancado ante su inconsistencia fiscal y las críticas del panismo. Sobre el mentado «gobierno de coalición», Anaya ya ha admitido que él lo nombrará pero no en este momento. ¿Dónde quedaría la coalición?
Por su lado, José Antonio Meade reelabora puntos de López Obrador y formula propuestas que resultan deslavadas y extemporáneas. Por más que pretende hacer concesiones al programa social, el candidato priista genera hilaridad. Si AMLO plantea becas a todos los estudiantes del bachillerato (becarios sí, sicarios no), Meade las limita en cuantía y cobertura sólo a los jóvenes de familias de Progresa, una minoría en el país. Mucho menos ha dicho que debe haber un sistema universal de becas en la enseñanza universitaria. El candidato priista promete lograr el 60% de matricula en educación media superior, pero la Constitución marca a ésta como obligatoria, es decir, ya está prescrito en ley suprema llegar al 100%. La pensión de adultos mayores es ofrecida por el priista sólo dentro del programa de Sedesol, que comprende una minoría y es una copia mal hecha de la pensión universal de la CDMX, creada por AMLO. En todo tema social, Meade sigue extraviado. De las libertades y derechos, nada. ¡Qué desastre!
El neoliberalismo no es una ideología. Es un programa político tendiente a enterrar al Estado democrático y social, el cual se considera perjudicial para la libre empresa privada, la ganancia desregulada y el proceso de concentración y centralización de ingreso y riqueza. No sólo cuestiona el objeto y cuantía del gasto social sino también repudia la regulación estatal sobre las estructuras empresariales y los llamados mercados. Es la dictadura del dinero, cuyo estado mayor tiene sus sedes en las grandes bolsas de valores e instituciones circundantes.
Como en todo proceso político, el neoliberalismo no ha conquistado una victoria aplastante, así como el Estado social tampoco ha desaparecido por completo. La lucha entre esas dos tendencias sigue su curso ante la ausencia, por lo pronto, de una tercera opción.
En algunos países, como México, las recetas neoliberales se han suministrado con cierta lentitud pero cada seis años aumenta la dosis. Se ha llegado a privatizar yacimientos petroleros, lo cual no sólo es un insulto a la conciencia histórica nacional, sino un pésimo negocio para el Estado.
En América Latina hemos visto recientemente algunas sonadas derrotas políticas del Estado social, en especial en Argentina y Brasil. La primera, mediante la competencia electoral y, la segunda, a través de un canallesco golpe de Estado fraguado en el Congreso y la judicatura.
En México, como en ninguna otra parte, no se va a hundir del todo el neoliberalismo, pero puede recibir un fuerte golpe con la derrota de sus representaciones políticas. De los cuatro candidatos que aún siguen en la contienda, tres son claramente neoliberales. Como se nota con la renuncia de Margarita Zavala, existe una presión para que sólo quede uno. Se puede seguir negando la existencia de la mafia del poder, sin embargo, se mueve.
Pero los estrategas neoliberales no toman en cuenta que Ricardo Anaya se presenta como un opositor, mientras José Antonio Meade encarna el continuismo priista aunque lo niegue cada día. En consecuencia, si el oficialista Meade declinara en favor del opositor Anaya, a ojos de cualquiera ninguno de ellos sería lo que ha dicho ser.
Con cuatro, tres o dos candidatos, el esquema de dos opciones seguiría siendo vigente. Pero, con nuevos descartes (Bronco y Meade), el punto sería aún más claro para todos: seguir en lo mismo o abrir un nuevo camino.