¿SATISFECHO, señor PRESIDENTE?

OPINIÓN. EDGAR HERNÁNDEZ*

Nunca imagine que en menos de tres años una persona tan imbécil fuera capaz de destruir una república.

En mi casi medio siglo de periodista donde fui testigo del desempeño de presidentes y gobernantes ineptos, frívolos, corruptos, represores y aliados de criminales, jamás observé que alguien tan obtuso, elemental y voluntarioso destruyera a México, a ese México de tradiciones, historia, cultura y tremendas luchas libertarias.

Todo sucedió en un santiamén.

La masacre del estadio de futbol de Querétaro, cuna de la independencia, origen y destino de nuestra carta marga, nos muestra el verdadero rostro de los que somos y a donde nos ha llevado quien nos gobierna.

Nos regresó al país primitivo el cual pensamos habíamos superado. Al real origen de la raza de bronce irracional, a la barbarie, a los sacrificios humanos en donde había que sacar el corazón el prójimo para entregarlo a los dioses para así alcanzar la purificación.

Hoy el símbolo de la valentía es matar a mansalva, agredir en el anonimato. Hacer manifiesto ese odio histórico entre hermanos y a mostrarnos que, con tal de dar rienda suelta al coraje colectivo, es posible arrebatar la vida de una persona así sea de un fanático.

Ahí está su obra, señor presidente.

En menos de 36 meses logro sus aviesos propósitos de dividirnos; de catalogarnos entre chairos y fifís; pobres y ricos; liberales y conservadores; estudiosos e incultos; huevones becarios y estudiantes que se preparan en el extranjero para venir a saquear al país.
Al fin logró definirnos como animalitos, como esas mascotas a las que hay que dar de comer, manifestarse en favor de los criminales y narcotraficantes a los que hay que defender, opositores que hay que encarcelar y enemigos que hay que exterminar.

Al fin logró lo no logrado.

Un Tren Maya que no lleva a ninguna parte y que solo sirvió para destruir la reserva ecológica; una refinería, “Dos Bocas”, asiento de corrupciones no vistas desde la época independentista y ahí, enhiesto, el inservible aeropuerto “Felipe Ángeles” que ni como puerto aéreo local funciona.

Ahí, está su obra, señor presidente.

En tres años deja un país donde reina la corrupción y el nepotismo; una república convertida en el cementerio que alberga más de cien mil muertos, una nación donde se cogobierna con los Cárteles.

Ahí está su máximo legado en Veracruz donde clonó su experimento de Iztapalapa e hizo alcalde a un paletero, a su “Juanito”, al más atarantado y objeto de burla de su colonia. En desquite nos deja a un payaso de carpa, a Cuitláhuac, a quien sin mayor reparo unge como gobernador.

Ahí está su obra, señor presidente. Ya se puede ir mucho a “La Chingada”.

Lo de Querétaro es tan solo la resultante, la consecuencia de la cascada de mentiras con la que se gobierna en el día a día. Es el saldo de esa ira contenida ante tanto infortunio y desempleo; ante tanta violencia reprimida; es el desquitarte con el primero que encuentras.

Es el país que nos heredas luego de tres años de una transformación de cuarta, un campo santo de periodistas masacrados y destazados que no se ven ni la peor de las guerras.
El nuestro es, en efecto, el país de las oportunidades pero para quien gusta de la pereza, del dinero ajeno, de quien no estudió pero siempre anheló el dinero y el poder; es el tiempo de la negación de la inteligencia. De aquellos que no saben cómo se usa el poder que no sea para beneficio propio.

Es el tiempo de los degradados, de los marginados, del sector de la población desposeído que equivocadamente se le atendió regalándole dinero en efectivo, o cargos públicos que ejercen sin conocimientos, pulcritud, respeto y honestidad.

Son tiempos de barbarie; de los bucaneros que llegaron a poder a repartirse el botín. Ahí está su obra, señor Presidente. Ya se pude ir mucho a “La Chingada”.

Tiempo al tiempo.

*Premio Nacional de Periodismo

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