PENSEMOS DIFERENTE

Por Marcela Jiménez

Pareciera que el concepto “recesión democrática” perteneciente al influyente sociólogo de Stanford, Larry Diamond que significa estancamiento del progreso democrático, ha quedado ya muy superado, y nos encontramos ante un franco y alarmante retroceso observable en cada vez más países.

Reconocidos Índices sobre democracia, derechos humanos, libertades civiles, Estado de Derecho, paz, como Freedom House, The Economist, World Justice Project, Transparencia Internacional o el Global Peace Index, muestran una preocupante disminución en los derechos políticos y libertades civiles, hoy por ejemplo, casi 40% de la población mundial vive en “países no libres” o bajo regímenes autocráticos, la mayor proporción desde 1997; menos del 10% de la población vive en democracias plenas, y solo el 20% vive en lo que se considera “países libres”. Es decir, el apoyo social al sistema de reglas que garantizan las libertades y derechos de los ciudadanos, y el consecuente equilibrio entre libertad y justicia ya no es mayoritario y, por tanto, el respaldo a la democracia tampoco lo es, lo que explica esta actual tendencia autoritaria mundial.

Estos indicadores al igual que la falta de apoyo a la democracia en el ánimo electoral ya no pueden explicarse solo por la frustración social ante la falta de solución a los problemas y crisis no resueltos por los Estados, o a su omisión al abandonar su responsabilidad en la resolución de temas sensibles y de urgente atención como seguridad, desigualdad, pobreza, o a los altos niveles de corrupción política y mala gobernanza; a la fragmentación social o a la desconfianza hacia los partidos y políticos tradicionales. Este deterioro de la democracia y el consecuente arribo de populismos radicales y “dictadores democráticos” -expresión planteada por Sartori-, tienen que ver también, por un lado, con el deterioro progresivo no solo de las élites políticas, empresariales, mediáticas, religiosas y, en general, de todas las clases dirigentes que, de alguna forma y a lo largo de las últimas tres décadas, se han visto favorecidas por el debilitamiento institucional democrático; y, por otro lado, por la apatía y desinterés ciudadano, por la educación cívica insuficiente, por la corrupción sistémica social y, muy especialmente, por el declive de la cultura, el alto consumismo y la falta de pensamiento crítico de nuestras sociedades que las hace altamente vulnerables a la manipulación, en mucho incentivada por los avances tecnológicos particularmente en lo referente a las redes sociales y la inteligencia artificial.

No es exagerado decir que hoy como humanidad nos encontramos en una etapa de involución, de retorno a lo primitivo, en donde sociedades enteras deciden poner en los más altos cargos de mando a personajes abiertamente xenófobos, misóginos, autoritarios, ineptos, incapaces, segregacionistas, antiambientalistas, corruptos, resentidos, elitistas, violentos y hasta delincuentes, sin importarles el peligro que representan para su bienestar individual y colectivo, para su futuro y el de sus hijos.

En este sentido, la crisis democrática que hoy vivimos es un reflejo de la crisis de valores y de gran vacío en la humanidad, en donde es cada vez mayor el porcentaje de ciudadanos poco críticos y reflexivos, que actúan casi de manera automatizada –una especie de “ciudadanos zombies”–, alimentados por una sobreabundancia informativa de mala calidad, por la desinformación y fake news que refuerzan creencias infundadas y erosionan el pensamiento crítico a través de las redes sociales impulsadas por algoritmos que generan “cámaras de eco”, contaminado o alienando a sociedades completas.

En síntesis, tenemos que las democracias se han debilitado al punto de no ser evaluadas ya como democracias; que los autoritarismos de izquierda y de derecha ganan espacios mientras aniquilan los resquicios democráticos que aún quedan en pie; que los paradigmas sobre qué es y para qué sirve la democracia se desmoronan en el inconsciente colectivo; que los ciudadanos consumen cada vez más material basura al tiempo que van siendo despojados de su pensamiento crítico, de sus libertades y de sus derechos, pero también de su sistema de creencias y valores; y que una gran parte de las generaciones más jóvenes ya no se identifican con los altos ideales de justicia, paz, libertad, igualdad y solidaridad, sino que su brújula los aleja de las luchas colectivas en aras de una exposición narcisista con objetivos meramente consumistas.

Entonces dejo para su reflexión estas preguntas:

¿Será que debemos cuestionar la premisa de Sartori acerca de la necesidad de reorientar la teoría de la democracia e ir más allá y reinventarla?
¿Será que estamos ante la inminente necesidad de construir nuevos paradigmas que nos lleven a redefinir el concepto de democracia a manera de lograr que sea mayoritariamente más entendida en sus alcances y utilidad, sobre todo considerando que las nociones de libertad, Estado de derecho e igualdad tienen diferentes connotaciones para las nuevas generaciones digitales?
Siendo que las nuevas tecnologías y el uso de algoritmos en las redes sociales influencian el comportamiento democrático, la polarización y el desencanto social al convertirse en instrumentos incontrolables para las instituciones existentes, en donde hoy avizoramos como uno de los mayores riesgos para la democracia el traspaso del poder a quienes poseen el control de esas nuevas tecnologías como reemplazo de la gobernanza y de las estructuras democráticas, entonces ¿cómo detener esta dinámica limitando a quienes controlan el algoritmo ya sea entes privados como Elon Musk, o países autocráticos como China y blindar a nuestras sociedades?
Ante estos desafíos para los que hoy no tenemos respuesta, los dejo con la frase de Albert Einstein: “no podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos.” PENSEMOS DIFERENTE.

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