OPINIÓN por Luis Farias Mackey
La llamada Cuarta Transformación es una falsa transformación. Es falsa porque pretende ser la última, la definitiva, una transformación sin ulterior transformación. Así de endeble es esta pompa de jabón.
Cuando López Obrador dice que ayuda a los pobres para que estos defiendan la Transformación, no se refiere a protegerla en su implementación, sino de su finitud. Como vive en el delirio, sus tiempos nunca están a tiempo, así, cuando debiera dedicar todas sus horas a hacer realidad cualquier cosa que entienda por 4T, se preocupa por lo que pueda sucederle a ésta cuando le corresponda irse a su rancho. Y así nos presenta la versión reloaded de “El Tigre”: si pierdo saco al pueblo a incendiar México. “Antes de mí el diluvio; después de mí la nada”.
Todo ello dice mucho más que lo que expresa. Para empezar miedo. Si estuviera tan seguro de los cimientos y bondades de lo que llama transformación, no tendría por qué temer al futuro. Seguido por la soledad, marca indeleble de la tiranía.
Me explico, el poder es cosa de los hombres, no del hombre. El individuo tiene fuerza, los hombres —en plural— poder. El poder es siempre una relación entre hombres y mujeres. “Quienquiera, por las razones que sean, se aísla (se hace isla) y no participa en ese estar unidos, sufre la pérdida de poder y queda impotente, por muy grande que sea su fuerza y muy válidas sus razones” (Arendt). Porque el poder deviene del estar juntos, no se posee ni se acumula, es cuando los hombres actúan en pluralidad y muere cuando estos se dispersan.
A diferencia de la fuerza en un individuo, el poder puede dividirse sin disminuir y “la acción reciproca de poderes con su contrapeso y equilibrio es incluso propensa a generar más poder” (Arendt). Y esto fue lo que López no supo ver ni entender en su más reciente embestida contra la Corte. En su afán de doblegarla, en vez de vencerla la fortaleció y en lugar de imponer a una facción de ministros que operen en favor de su 4T, logró que la Corte recuperara el espacio público donde pares en condición de igualdad y libertad deliberan y accionan en protección del marco constitucional que garantiza el espacio público de todos, nuestro mundo cercano, eso que llamamos México.
No dudo que pronto veamos también muestras de recuperación del espacio público en el poder Legislativo e, incluso, en el Ejecutivo. Porque la omnipotencia niega la pluralidad y la ausencia de ésta la libertad y lo político.
López Obrador nos anuncia su estrategia de violencia comprada a los pobres en caso de no lograr la perpetuación de su delirio, cual moderno Catilina, pero eso es la negación misma de lo político. Es cierto, la violencia puede acabar con la pluralidad que genera poder y, por ende, lo político, pero jamás sustituirlos. Pregúntenle si no a Robespierre. La fuerza del tirano se consume en las corrientes desatadas del río de su violencia y termina por ser consumida (decapitada) por él.
La forma de gobierno sin pluralidad, en aislamiento, es la tiranía, pero en soledad no hay poder posible y por ello el tirano lleva en su ADN el germen de su autodestrucción política.
Cuando López amenazó a la Corte con hacerse de ella, lo único que logró es que ésta se fortaleciera. Hoy López amenaza a todo aquel mexicano que no sea parte de su esquema clientelar con echarle encima al pueblo: es “estrategia política”, dice, no política de bienestar. Pero parte de que el pueblo es una unidad indiferenciada, manipulable, ciega y sin pensamiento. Se parapeta en el manejo de la psicología de masas y las ciencias sociales del conductismo. Las usa todos los días y no podemos negar su presencia e influencia cotidiana, no solo de él, sino de estas maléficas ciencias. Lo que hoy se juega la humanidad toda no es la amenaza de tiranos en delirio populista, sino la desaparición del género humano por la masificación digital y la pérdida de la espontaneidad (libertad) secuestrada en rebaño.
En lo personal creo que la amenaza está allí, pero que la humanidad aún tiene reservas de libertad suficientes para no perderse en la masa. Creo que el verdadero trabajo del hombre en cuanto hombre, no es solo vivir, sino vivir bien (Eu Zén) y eso se logra viviendo como hombres, en plural y en libertad.
López habla del pueblo como animal amaestrado; su “estrategia política” es de sumisión y desprecio: “a poco se le dice a la mascota ve a buscar tu comida, no, se le da con la mano”. Hoy podemos constatar que para él el pueblo siempre ha sido carne de cañón de sus marchas, tomas de instalaciones públicas y plantones, y que sus políticas de bienestar son solo clientelismo para que las gentes queden esclavizadas a su alimento diario y dependencia de por vida.
¿Quién podrá más y quién estará más cuerdo, la diversa y magna pluralidad del pueblo de México, o él?