Por Eduardo Ibarra Aguirre
Gracias a las tan criticadas como agradecibles prácticas de abordar casi todo tipo de problemas por complejos y difíciles que sean con claridad, como es el estilo de gobernar de Andrés Manuel López Obrador, fue posible conocer los hechos, las circunstancias, los nombres y apellidos de los que Carlos Urzúa presentó como causas de su renuncia a la titularidad de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, siete meses después de que tomó posesión del cargo.
Urzúa Macías, a través de una carta denunció –y los adversarios de AMLO todavía la aprovechan con entusiasmo– que en el gobierno de la cuarta transformación se tomaron “decisiones de política pública sin el suficiente sustento”, que le fueron “impuestos funcionarios sin conocimiento de la hacienda pública” y esto “fue instigado por personajes influyentes con un patente conflicto de interés”. Antes manifestó su “profundo agradecimiento por el privilegio de haber podido servir a México”. E hizo malabarismos: “Estoy convencido de que toda política económica debe realizarse con base en evidencia, cuidando los diversos efectos que ésta pueda tener y libre de todo extremismo, sea éste de derecha o izquierda”.
Lo cierto es que la dimisión se produjo un día después de la publicación, en el Diario Oficial de la Federación, del acuerdo por el cual Hacienda delega en la Oficialía Mayor la facultad de promover, diseñar, elaborar, celebrar, suscribir y administrar los contratos marco de las compras gubernamentales.
En tanto que el presidente López Obrador hizo el recuento de los desencuentros, por lo demás naturales en una coalición de gobierno de centro izquierda que busca transformar al país, pero siempre sin perder de vista el liderazgo ganado en forma apabullante en las urnas, de quien encabeza el proceso de cambio.
Un Plan Nacional de Desarrollo con “inercia neoliberal” que obligó al presidente Andrés a formular otro, lo que generó desconcierto y confusión en el debate; discrepancias con Alfonso Romo –“que eran muy evidentes”– por la concepción y el manejo de la banca de desarrollo y el subejercicio presupuestal de 140 mil millones de pesos, y con Margarita Ríos-Farjat, y no se diga con Germán Martínez quien renunció a la dirección del Seguro Social; para mencionar los más destacados y no hacer leña del árbol caído porque, dice AMLO, “lo respeto mucho”.
E informó que negó a Urzúa presentar su renuncia el sábado, pensando en que se podía generar un problema en los mercados. La respuesta fue “ya, lo más pronto posible, vámonos”.
Seguramente existen y habrá más desencuentros políticos e intelectuales, lo que es normal, pero no al punto de suscitar la presentación de dos PND, instrumento de gobierno obligatorio de acuerdo a la Constitución. Además, los “grupos compactos” en Los Pinos fueron del presidencialismo absolutista y autoritario.
La designación del doctorando Arturo Herrera Gutiérrez, en sustitución de Urzúa, fue muy bien recibida por lo que eufemísticamente llaman mercados y que no es otra cosa que los corporativos de los dueños de México y la aldea, y su gama de cámaras mexicanas que dieron la bienvenida al joven que sostiene: “Yo tengo una confianza extraordinaria en el presidente Andrés Manuel López Obrador y quiero creer que él tiene confianza en mí… hay un entendimiento clarísimo entre él y yo. Él sabe que yo tengo un planteamiento técnico y social”. No sin antes señalar que está “absolutamente comprometido con este gobierno y que se mantendrán las políticas de austeridad”.
También aseguró que no anticipa cambios en la política hacendaria y fiscal en los términos en que se ha instrumentado hasta ahora. Y que México está lejano a una recesión económica –la que todos los días vaticinan los intelectuales orgánicos de la plutocracia– y ratificó que el gobierno cumplirá la meta fiscal marcada en el presupuesto de este año, de lograr un superávit primario –ingreso menos gasto antes del pago de deuda– equivalente a 1% del producto interno bruto.