OPINIÓN. RAMÓN ZURITA SAHAGÚN
El punto más caliente de los varios que tiene el Presidente López Obrador sigue siendo el de la fallida estrategia contra la violencia y la inseguridad.
Se trata del lado más flaco de cuantos pueda tener y sus tácticas llegan a hacer un comparativo con su acérrimo adversario Felipe Calderón Hinojosa.
Como Presidente el michoacano descansó toda su estrategia de seguridad en manos de Juan Camilo Mouriño, quien cedió la estafeta a Genaro García Luna, hoy cuestionado y preso en una cárcel estadounidense.
El desastre fue patente y los abusos cometidos por García Luna y su camarilla hoy son presentados como ejemplo de lo que no debe acontecer.
Ellos fueron los que planearon la guerra contra el crimen y contra la delincuencia organizada, dejando al país tinto en sangre, tanto como se encuentra ahora, en que las masacres son una constante y no focalizada en una sola región, sino dispersas en zonas varias.
Calderón Hinojosa confiaba demasiado en Mouriño, a quien tenía destinado como su sucesor, sin embargo, la muerte del campechano ibérico echó por tierra todos sus planes y tuvo que improvisar, saliéndole mal su jugada.
Juan Camilo confiaba demasiado en García Luna, tanto como Calderón Hinojosa lo hacía den él.
La historia es muy simple, Juan Camilo fue secuestrado y el rescate de su persona lo consiguió García Luna, por lo que quedó sumamente agradecido con su participación en el rescate.
Por ese hecho, considerado casi como una epopeya, Juan Camilo protegió a su rescatador y le entregó el control de la estrategia de seguridad y permitió, mientras vivió, los abusos de García Luna y su equipo.
A nadie la causó sorpresa que el entonces Presidente Calderón Hinojosa, siguiere confiando ciegamente en él, incluso después de la muerte de Juan Camilo, ya que García Luna había ingresado al selecto grupo de cercanos al Ejecutivo, con el que departía en festejos a los que acudían un reducido grupo de personajes de la alta burocracia de aquel entonces.
Los estilos son diferentes, pero la opacidad en cuestiones de seguridad es la misma y la no variación a la línea dictada en materia de seguridad es la misma.
Si Calderón Hinojosa mantuvo la guerra contra el crimen organizado, López Obrador sostiene la suya de abrazos y no balazos, con las mismas consecuencias de una y otra, resultados fallidos y un gran número de muertos.
Asusta el número de fallecidos, en lo que va del sexenio, por las agresiones de los grupos delincuenciales y de aquellos que mueren al margen de la lucha por el control de los territorios, el que, incluso, supera los fallecidos en la invasión de Rusia a Ucrania, los que si se encuentran en guerra.
Nada hace cambiar al obstinado Presidente mexicano quien ratifica una y otra vez que su estrategia está bien definida y seguirá por esa ruta, sin variarla en lo más mínimo.
Eso mismo hizo Calderón Hinojosa, no se sabe si por respeto a la memoria del que quería como su relevo presidencial o porque García Luna se granjeó su afecto después en las tertulias.
López Obrador deberá contemplar el recuento de los daños para medir lo que puede suceder al término de su mandato.
La cifra de muertos aumentará notablemente y será la más alta de todos los tiempos, casi como la de los caídos en la Revolución Mexicana y como sucedió en la administración de Felipe Calderón Hinojosa, alguien pagará los platos rotos, aquellos que mal ejecutaron o abusaron de su poder en la lucha contra el crimen organizado.
La operación contra la delincuencia, principalmente la de los cárteles deja mucho que desear y su implementación es todavía peor. Los sitios dominados por el crimen se incrementan semana con semana. La Guardia Nacional no combate a la delincuencia, ya que es usada como mudanza para transportar el éxodo de los ciudadanos que abandonan las distintas plazas.
¿La pregunta que queda en el aire es quien será el García Luna del siguiente sexenio, acaso Alfonso Durazo o los altos mandos de la Guardia Nacional o alguien más?
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Rafael Antonio Olvera Amezcua, ex propietario de FICREA, fue deportado hacia México, donde está acusado de cuando menos cinco delitos, entre los que se cuentan delincuencia organizada y operaciones con recursos de procedencia ilícita. Olvera es señalado como defraudador de cientos de personas con la empresa que dirigía.
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