Opinión. RAMÓN ZURITA SAHAGÚN
Hacía tiempo que en México no se presentaba una situación tan compleja como lo es el juego de Juan Pirulero, donde cada uno atiende su juego.
Falta escaso mes y días para que concluya un sexenio sui géneris, por decir lo menos, donde las cosas todavía no se terminan de acomodar.
El arribo del Presidente López Obrador y su gabinete, presentó nuevas reglas de la actividad política, donde el pasado se hizo presente y como en el Big Brother, las reglas cambiaron con singular alegría.
Hay quienes ven en el cambio un retroceso, otros que lo miran como la dinámica requerida para el progreso del país. Unos se quejan, otros aplauden, sin que ninguna de las posiciones encontradas ceda un solo espacio para encontrar un equilibrio.
Las reglas electorales son violentadas por unos y otros, sin quedar satisfechos los unos o los otros.
Se realizó un proceso electoral, el más grande jamás celebrado en el país, la afluencia a las urnas no fue la esperada y bajó unos puntos porcentuales comparada con anteriores procesos presidenciales.
Sin embargo, la distancia entre el partido ganador y sus aliados rebasó las expectativas y superó todas las metas esperadas.
La distancia entre uno y otro no bastó para dejar en claro que fueron los ciudadanos los que apoyaron una de las opciones y rechazaron las otras dos, por lo que se buscó las posibles rutas que marcaran el uso y abuso del poder.
Es cierto que el Presidente hizo uso de recursos que antes había criticado, pero las reglas fueron las mismas para todos y, finalmente, el reparto de las posiciones plurinominales es el centro de la discordia, aunque las autoridades electorales ya dieron su veredicto.
Y eso es en el plano electoral, casi tres meses después de la elección, siguen las argumentaciones opositoras, ya que la mayoría calificada que se otorgó a MORENA y sus satélites deja en claro que las reformas constitucionales no tendrán problemas para ser aprobadas, incluso dentro del período del mes que le queda de gobierno al Presidente López Obrador.
Pero como en el juego de Juan Pirulero, cada uno atiende su juego y existen diferentes escenarios en los que se desenvuelven los temas.
Inmiscuidos en su dinámica, los opositores mantienen abiertos los frentes de la reforma Judicial, de la sobrerrepresentación, algunos se encuentran en la mecánica de la renovación de sus partidos y cuadros dirigentes, sin dejar de exigir se aclaren los temas pendientes de la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa, del crimen del diputado electo Héctor Melesio Cuén, de la deferencia del Presidente hacia el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, del fraude de SEGALMEX y otros más que seguirán empantanados en el cambio de gobierno.
Pero como en el país cada uno juega su juego, el Presidente López Obrador ni suda ni se acongoja y se siente feliz con el reconocimiento de su trabajo por parte del 73 por ciento que refleja una encuesta y que se basa en los programas sociales de Bienestar.
No le preocupa que muchas de las obras inauguradas no se hayan terminado y que las deja inconclusas y operando a medias, algunas de ellas.
Como pasó en su sexenio no hace caso de los reclamos opositores, no consiguió reducir los precios de la gasolina, tampoco resolvió el entramado de Ayotzinapa, mucho menos procuró la descentralización del gobierno federal y su política exterior dejó algunos saldos rojos. Es cierto que la economía se encuentra estable y su popularidad rebasa el entorno local y lo hace sentirse feliz en este concierto del juego de Juan Pirulero, donde él siempre atiende su juego. No pudo equiparar el sistema de salud mexicano al de Dinamarca, tampoco logró bajar la violencia ni los homicidios. No funcionó su sistema de abrazos no balazos, nadie lo respetó.
Más adelante habrá que hacer un balance sobre lo bueno y lo malo de su gobierno y ver como desface entuertos la Presidenta, Claudia Sheinbaum.
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Ramón Zurita Sahagún
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