Por Eduardo Ibarra Aguirre
Resulta impresionante que en la víspera de cumplirse el décimo mes del gobierno de la cuarta transformación, algunos de los más veteranos y afamados periodistas giran alrededor de los mismos argumentos críticos de julio-diciembre de 2018, como si el tiempo se hubiese detenido.
El trabajo intelectual, y analizar la realidad de México lo es, aun cuando tales análisis estén subordinados a intereses particulares, tiene sus mejores cuotas de creatividad entre los septuagenarios y los octogenarios. Esto me lo explicaron importantes intelectuales en los años 80. Coloquialmente postulaban: “El hombre (y la mujer) entre más viejo, más chingón”.
Buena parte de los conductores de programas que se presentan como noticiosos pero que propiamente son espacios para regatear la información y saturar a las audiencias de las opiniones y estados de ánimo del conductor, incluso con simples exclamaciones y gesticulaciones –“levantacejas”, les llamaba Jaime Avilés, el “amigo fraterno” del hoy presidente–, se quedaron anclados en visiones y métodos de análisis de la política que revelan notables insuficiencias para abarcar y sobre todo interpretar la nueva realidad.
Confunden, por ejemplo, sus deseos, aspiraciones y hasta exigencias hacia López Obrador y su estilo personal de gobernar con lo que el tabasqueño de Macuspana (Tepetitán) debe de decir y la forma de hacerlo, lo que implica un altísimo grado de intolerancia, ellos que se presentan como “liberales” y algunos no sólo expresan “estoy muy preocupado” o “me preocupa mucho” sino que ponen cara de circunstancia, de irritación intolerante.
Algunos, como el muy asertivo Sabino Bastida, llegan al extremo de exponer al aire “Ayudemos al presidente a comprender…”, como si buscaran que el inquilino de Palacio Nacional los convoque y supongo que no es el caso de este analista; otros como Leo Zuckermann –el que no deja opinar a sus invitados– promueve a los que considera “los mejores expertos” en seguridad pública para que el secretario Alfonso Durazo los integre a su staff.
Pero es Sergio Sarmiento, el que no toca ni con el pétalo de una sola palabra crítica a Ricardo Benjamín Salinas, quien cree descubrir el hilo negro al rescatar uno de los argumentos más arcaicos y desgastados en la crítica a AMLO: “¡Todavía no se da cuenta que ya terminó la campaña electoral!” Y no falta quien recuerde que ganó con el 53.1% de los votos, cuando lo más significativo ahora es que gobierna con el apoyo de siete de cada 10 ciudadanos.
¿Es tan difícil comprender, 27 meses después de la contienda, que justamente “el estilo de campaña” es la personal forma de gobernar de AMLO? Y que lo hace dirigiéndose a millones de ciudadanos, tantos que no los tiene como audiencia toda la comentocracia junta. Y este es parte del conflicto “existencial” de algunos de sus críticos de oficio que, como Raymundo Riva Palacio o el encuestador Ulises Beltrán, no logran ocultar su evidente irritación y la pedantería que bloquea sus mejores argumentos.
Hasta Joaquín López-Dóriga venido a menos, sugiere que el conflicto y la “polarización” –“proceso por el cual la opinión pública se divide en dos extremos opuestos”, dice el diccionario y lo cual no corresponde al México actual que es muy diverso y plural–, son los “métodos” predilectos de AMLO para gobernar al país. No lo sé, sólo lo menciono como un ejemplo de no atarse a dogmas y prejuicios muy interesados, por aquello de los intereses, de buena parte de la mediocracia que durante 18 años linchó al hoy presidente de la república, pero se escandaliza porque le revira: “¡No me voy a dejar!”