Por Eduardo Ibarra Aguirre
Siempre que escucho o leo sobre el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, mucho más conocido por el acrónimo de Coneval, recuerdo al tamaulipeco de Ciudad Mante, Andrés de la Garza Guerra, a quien le parecía absurdo que existieran estudiosos de la pobreza. “pobretólogos”, les llamaba, “es el colmo”, concluía.
Por supuesto que es indispensable estudiar y medir la pobreza (extrema y moderada) y el impacto que las políticas públicas tienen sobre uno de los problemas sociales más antiguos y extendidos de México. Recuérdese que una de las impresiones imborrables que se llevó Alexander von Humboldt de su viaje de investigación a la Nueva España, de enero a agosto de 1804, fue la extendida miseria social.
La polémica está en curso con motivo del nombramiento del nuevo titular del Coneval, José Nabor Cruz Marcelo, quien sustituyó a Gonzalo Hernández Licona removido el 22 de julio, un economista que ejerció el cargo de secretario Ejecutivo durante casi 13 años, con un sueldo mensual espléndido, al estilo de los gobiernos de Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto. Y por supuesto que también antes.
Baste un pequeño botón de muestra, en plena política de recortes draconianos del gasto público por el “error de diciembre” de 1994, Diconsa tenía una plantilla de 21 trabajadores en Comunicación Social, y tres aviadores que se presentaban sólo a cobrar la quincena.
El derroche, la improvisación (“era para ayer” el “bomberazo”) son capítulos estelares de la administración pública mexicana en su casi bicentenaria historia. Y los excesos que pretende justificar Licona, sencillamente son injustificables: las direcciones generales adjuntas pasaron de cuatro a 16, recordemos que Felipe Calderón (2006-2012) creó miles para colocar a sus compañeros del Partido Acción Nacional y de su grupo; un historiador informa que existen embajadores adjuntos.
Más aún, la renta de edificios pasó de 236 mil pesos, en 2013, a 80 millones de pesos en 2018. El Coneval gasta 20 millones de pesos más en arrendamientos que en estudios e investigaciones. Y luego resultará que los edificios arrendados son de políticos que se “mochan”, como varios colegas lo demostraron respecto a Raúl Salinas, Manuel Mondragón y Kalb…
El hecho es que como ya es habitual, los analistas militantes en la crítica mediática al gobierno de López Obrador pusieron el grito en el cielo, como Jorge Germán Castañeda, porque “La destitución del anterior director del Coneval dio pretexto a Andrés Manuel López Obrador para lanzar una discusión sobre –y proseguir con su cruzada contra– los entes autónomos en México”. El doctor es un comentarista muy informado como para contradecir al mismo afectado, Hernández Licona, quien reconoce que es una atribución presidencial nombrar y remover al secretario Ejecutivo del Coneval.
Y si lo anterior es así, dónde está la autonomía. E incluso los órganos que legalmente lo son, dejan mucho que desear sobre el desempeño de sus funciones porque con todo y sus presupuestos millonarios y sueldos espléndidos –como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos que gasta más que la Comisión Interamericana–, fueron integrados por cuotas y cuates de grupos de poder, y la corrupción y la impunidad todavía son dominantes.
Finalmente, sería un craso error confundir la autonomía de los organismos estatales con la permanencia de privilegios escandalosos que AMLO está en condiciones de combatir por los muy altos porcentajes de aprobación ciudadana con que cuenta y que, por lo visto, desesperan a los críticos militantes como Jorge que decretó el final de “la luna de miel con los ciudadanos”.