Por Eduardo Ibarra Aguirre
Cualesquiera negociaciones con el gobierno de la potencia imperialista todavía más poderosa (y agresiva) en términos militares y cada vez menos en el decisivo ámbito económico y tecnológico frente a la emergencia impresionante de China, resultan harto desiguales y complejas.
Más cuando se trata de negociar una crisis bilateral creada artificialmente por Donald Trump con fines básicamente electorales para satisfacer a sus partidarios más antinmigrantes, incluso si corre el riesgo de llevárselos entre las patas al darse un balazo en el pie, pues coloca en riesgo bolsillos y empleos de millones de consumidores de mercancías mexicanas que serán gravadas con aranceles para empezar del 5% y que pueden llegar hasta el 25% si el gobierno mexicano no frena mañana, la próxima semana, mes y año la llegada a la frontera norte de migrantes indocumentados, que el primer semestre de 2019 creció en forma sensible, no es un invento de Donald John.
La negociación resulta más incierta a pesar de que concluyó con éxito para Estados Unidos y México, el viernes 7 en Washington, porque fue con los representantes de un presidente que no sabe y no le importa –y al parecer nadie lo obliga, incluidas las instituciones de la para muchos liberales aztecas ejemplar democracia estadunidense–, a honrar acuerdos multilaterales y hasta convenciones firmadas por el Estado, pues con mucha más razón lo hará con un acuerdo bilateral entre México y EU.
No pretendo desentonar con el optimismo predominante y el reconocimiento a la delegación del gobierno de la cuarta transformación, y menos con el apoyo que éste recibe de múltiples actores políticos, iglesias, agentes económicos y sectores, salvo la mezquina e inepta dirigencia panista de Marko Cortés, pero nada garantiza que la Casa Blanca cumplirá con los acuerdos que son resultado de proyectos para noviembre de 2020 y para lo cual el grandilocuente y maniqueo marido de Melania y padre de la ahora muy exitosa empresaria Ivanka, usará a México de piñata cuantas veces lo necesite, como aquel antiguo y racista juego de “péguenle al negro”.
Apenas se firmaron los acuerdos y el mitómano más sobresaliente después de Adolfo –el frustrado pintor austriaco y canciller imperial alemán–, tuiteó que México “empezará de inmediato a comprar grandes cantidades de productos agrarios de nuestros grandes granjeros patriotas”, un sector afectado por la guerra comercial contra China, pues con ésta no se juega a la demagogia de Juan Donaldo.
A reserva de que se conozcan los detalles de lo acordado por las delegaciones de EU y México, las “grandes compras” no tienen pies ni cabeza respecto a la estrategia del presidente Andrés Manuel de construir la autosuficiencia alimentaria que en mala hora perdió la nación bajo el argumento de la rentabilidad y los costos, en demérito de la sociedad rural y sus productores.
Lo dice con mucha claridad Steve Mnuchin, secretario del Tesoro de EU: “Mi gobierno espera que esto arreglará el problema migratorio, pero el presidente Trump se reserva la autoridad para imponer los aranceles si México no cumple con el acuerdo”.
Dicho de otra forma, quedó cerrado un arreglo que es temprano para dilucidar a quién beneficia más, fórmula por demás ociosa pues en toda negociación se gana y se pierde. Lo que más importa es si el magnate inmobiliario honrará a sus negociadores respetando los acuerdos, en particular el impulso al desarrollo de América Central y actuará hacia México con respeto. Esperar más es mucho pedir.