La respuesta de las naciones, entre ellas México, a los problemas de política pública, como la respuesta a la crisis por el #COVID19, hace suponer que los sistemas políticos, económicos y sociales en los que descansa el modelo de Estado, se encuentran seriamente cuestionados y probablemente agotados.
Por principio de cuentas y aún con el cambio de gobierno a un régimen de izquierda en 2018, el diseño de Estado en México debería ser lo suficientemente fuerte y vigoroso, para garantizar la continuidad de los servicios y funciones de Estado y de gobierno que prestan los poderes y sus instituciones.
Los cambios en la legislación solo deberían modificar los subsistemas en que descansa la función de gobierno a modificar, pero sin perder la esencia de la función de Estado.
Pero la ausencia de resultados en seguridad, economía, y en salud, principalmente, abren el cuestionamiento de que el modelo estructural del Estado mexicano no puede ser sostenido por el gobierno de cualquier partido político.
Y no puede ser sostenido, mientras subsistan sistemas deficientes de administración o prestación de servicios públicos, como la recaudación tributaria en la que las entidades federativas sostienen una perfecta sincronía para cobrar al contribuyente hasta el último peso y repartirlo con fórmulas matemáticas y de distribución que comienzan a ser cuestionados por algunos gobernadores, mientras que en seguridad cada orden de gobierno quiera hacer lo que le venga en gana, sin un orden o dirección.
Tampoco puede sostenerse sobre la base de una injusta distribución de la riqueza, en tanto no sea modificado el sistema económico y hacendario, así como sus subsistemas. Y así en cada función de Estado o de gobierno del Estado mexicano.
Menos con concesiones a los partidos políticos, en recompensa por sus servicios prestados, para operar servicios que se alejan del objeto de su creación, como el partido político que maneja guarderías.
La simulación en el combate a la corrupción no es un tema de partidos, en el que la voluntad política prevalece para obtener una ventaja.
Los partidos políticos han sido rebasados, se cuestionan entre sí su desempeño, como si se tratara de una competencia para ver quién es el más corrupto o el más incongruente, olvidando los intereses que conlleva la supremacía del Estado que le dio origen a su existencia o de los asuntos de sus ciudadanos.
La revolución silenciosa al amparo del confinamiento en que nos encontramos una gran parte de los ciudadanos de todos los países está causando el movimiento de conciencias y el cuestionamiento filosófico sobre los modelos en que descansan los Estados.
No es el neoliberalismo ni su globalización, dirían los de izquierda; tampoco sus nuevas corrientes en el mundo y su forma de ver la política y la economía.
Lo que hizo la pandemia de coronavirus fue apresurar la decadencia de los subsistemas y los modelos de Estado que, algunos están por colapsar, u otros ya están en crisis.
El gobierno de izquierda en México no ha tenido la audacia para demostrar la diferencia de gobernar, respecto de sus antecesores regímenes. Le caracteriza la denostación a sus antecesores para justificar su deficiencia, a sus críticos y una aparente ausencia de planeación.
No es un asunto político, sino de eficiencia en un régimen que se empeñó en llegar al poder, pero incapaz de poner el orden en un Estado que dice que recibió en decadencia, pero parece que está empeñado en permanecer en esas condiciones.
*Es Maestro en Seguridad Nacional por la Armada de México
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