Erróneamente creí que el machismo se había extinguido con el ocaso del siglo pasado. Los avances en el reconocimiento, promoción y garantía de los derechos de las mujeres, la transversalidad del enfoque de género en las políticas públicas, entre otros, me hicieron creer que, como sociedad, habíamos avanzado en la deconstrucción de ese lacerante fenómeno; pues no, desafortunadamente esta endemia social sigue vigente en los albores del siglo XXI.
En América se han extendido las manifestaciones en favor de los derechos de las mujeres y en contra de la violencia de género que padecen, pasando por el movimiento “Me too” que denuncia la violencia sexual contra mujeres, la “Ola Verde” en favor de los derechos reproductivos, el performance del colectivo chileno Las Tesis “Un Violador en tu Camino”, el cual ha sido estandarte para denunciar la impunidad, hasta llegar al paro nacional “El Nueve Ninguna se Mueve” convocado en México para el nueve de marzo.
Los movimientos feministas de este siglo siguen evidenciando que las mujeres, de distintas latitudes, no gozan de plenitud de derechos, siguen siendo víctimas de violencia psicológica, económica y física, por mencionar algunas. Estos movimientos sociales exigen cambiar un modelo social que les es adverso, que fomenta la desigualdad, la discriminación y las violenta. Las mujeres han tomado el espacio público para manifestar y evidenciar que el machismo discrimina, maltrata y mata; ante esto, ha habido limitadas respuestas por parte de gobiernos, fiscalías y órganos legislativos. Se trata pues, de un tema que dejó el espacio privado para hacerse presente el orden público que ha llevado a tomar decisiones y/o políticas para su atención (acertadas o equívocas). Nada ha sido suficiente hasta ahora.
Lo que pretendo destacar es que, a pesar de los movimientos sociales, de las acciones y políticas públicas, el machismo está presente en nuestra realidad y en el caso de México persiste y se muestra en mayor cantidad y con una brutalidad inaudita. Por lo que me atrevo a afirmar que no habrá presupuesto público que alcance, ni diseño e implementación de políticas suficientes, no bastará la protesta social, ni el aumento de penas a los delitos de género, se requiere un cambio estructural que comienza en el hogar, en la formación de las personas. Esta labor nos compete a todos.
Erradicar el machismo debe ser una acción social permanente, profunda, de la dimensión que amerita el problema; acabar con el machismo representa un desafío enorme para los órganos y niveles de gobierno, para las instituciones, en todos los ámbitos y espacios; también requiere de decisiones y acciones colectivas e individuales; se necesita formar, desde nuestros diversos ámbitos privados, redes de protección para las mujeres, desde lo territorial. Estoy convencido que a los hombres, que somos hijos, padres, hermanos, pareja, amigos de mujeres, nos toca cambiar el estado de cosas para que ninguna mujer más sea víctima del machismo vil.