El polvoriento patio de una cárcel donde los reos sueldan la campana de una torre con miras a la visita del papa Francisco del 17 de febrero es un símbolo de los cambios que ha habido en la otrora infernal Ciudad Juárez, tanto dentro como fuera de los muros del penal.
Algunos ven la visita del pontífice como un reconocimiento a la transformación registrada en uno de los sitios más violentos de la tierra. Para otros, en cambio, es una forma de llamar la atención a los problemas que todavía hay que resolver en esta metrópoli de la frontera con Estados Unidos.
El papa hará una inusual visita a la Prisión Número 3, que supo representar el poderío de las pandillas. Bandas enemigas ejercieron alguna vez un control total sobre el penal, se mataban entre ellas a tiros y puñaladas, vendían drogas y se recluían en celdas a las que ellos sólo tenían acceso porque tenían en su poder las llaves. Imponían la disciplina carcelaria y llenaron de grafitos la instalación con capacidad para tener a 3 mil reos.
«Este era el mayor picadero de Ciudad Juárez», dijo el director de las cárceles del estado de Chihuahua Jorge Bissuet Galarza. Las cosas no estaban mejor en otros centros carcelarios: en 2010, el año de mayor violencia, 216 reos fueron asesinados en los penales estatales.
«No podías entrar a un centro penitenciario del estado de Chihuahua sin la autorización de los internos», dice Bissuet Galarza. «Ellos gobernaban».
Agregó que las autoridades finalmente recuperaron el control y hoy reina una calma tal que el papa podrá ingresar y hablarle a los presos, a unos 250 familiares y a un centenar de trabajadores religiosos, bajo la mirada atenta de guardias enmascarados.
El recluso Juan Salazar recordó que cuando llegó al penal en 2011 para cumplir una condena a siete años por robo de autos, estalló una batalla entre pandillas y que 17 reos murieron en un día. «Está más tranquilo» ahora, expresó mientras ayudaba a soldar vigas en la capilla del penal.
Juárez todavía lucha por dejar atrás un período en el que hubo miles de muertos. La mayoría cayeron víctima de las batalla entre traficantes, mientras que otros, sobre todo numerosas empleadas de maquilas, simplemente desaparecieron y sus cadáveres fueron hallados tiempo después.
Las autoridades municipales destacan una reforma a las fuerzas policiales y una merma en la corrupción. Pero muchos residentes creen que hubo un acuerdo para poner fin a la guerra entre pandillas del narcotráfico o que, simplemente, se fue diluyendo con el paso del tiempo.
«Ya está más calmado. Han matado a todos los que tenían que matar», dice Joel García, quien vende golosinas en las afueras del penal y guarda las pertenencias que los visitantes no pueden ingresar a la cárcel. García opina que los mismos pandilleros pusieron fin a la guerra.
«Ellos mismos se pusieron de acuerdo», enfatizó. «La autoridad quiere ponerse el sombrero ajeno».
En 2010 Juárez era considerada la ciudad más peligrosa del mundo con una tasa de homicidios de 230 por cada 100 mil habitantes. En los primeros 11 meses de 2015, esa tasa era menos de una décima parte, unos 21 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
Restaurantes que habían cerrado volvieron a abrir sus puertas y hay cada vez menos tiroteos en la calle. Están regresando los turistas estadounidenses que vienen a cenar y hacer compras atraídos por la devaluación del peso.
En las calles hay muchos afiches con la imagen de Francisco que dicen «Juárez te recibe con el corazón abierto», «Juárez es amor. Estamos listos».
«Esto es lo que hacía falta, que no hablen más de la Juárez de antes, sino que difundan la Juárez de ahora, no la de hace 10 años», dijo Pedro Martínez, un ingeniero encargado de la construcción de una tarima a unos 50 metros de la frontera desde la que Francisco oficiará una misa para un cuarto de millón de personas, según se estima. Miles más observarán la misa desde el otro lado del río Bravo.
«Por eso es importante que venga el papa», resaltó Martínez que agregó que han pasado años desde la última vez que tuvo que dar vuelta con su vehículo y saltar una acera que dividía la calle para escapar a una balacera.
La tarima está siendo erigida en un terreno polvoriento con abundante gravilla. Martínez ya ha abierto un sendero junto a una carretera para que Francisco pueda acercarse al río y a El Paso, en Texas. Del lado estadounidense de la frontera, excavadoras trabajan a paso acelerado para limpiar el barro y despejar el lugar.
La proximidad de Juárez a la frontera hizo que surjan miles de maquiladoras de capital extranjero en las que se ensamblan todo tipo de productos destinados al norte.
Pero la paga a menudo es baja y hay quienes asocian esos bajos salarios a los problemas que enfrenta la sociedad. En una reciente protesta frente a Eaton Industries, los manifestantes dijeron que ganaban apenas 45 dólares a la semana y casi no tenían vacaciones.
«Si realmente quieres erradicar la violencia, que den trabajos bien pagados», dijo Antonia Hinojosa, madre de dos niños y quien lleva tres años trabajando en Eaton. «Hay mucho hostigamiento, un trato déspota de los encargados. Consideran a los operadores como máquinas de producción».
Ahora que lo peor ha pasado, Juárez trata de resolver problemas más comunes, típicos de toda ciudad fronteriza: la desigualdad social y las olas de migrantes que intentan llegar a Estados Unidos o que son deportados de ese país.
Monserrat Muñoz, obrero de la construcción que fue deportado hace algunas semanas, dijo que el cruce de la frontera es cada vez más peligroso. Entrevistado en un refugio de Ciudad Juárez, expresó su esperanza de que el papa hable a favor de los migrantes.
«Ojalá que llegue el mensaje a los gobernadores de Texas, de Nuevo México y Arizona, que son los que más están castigando al indocumentado», afirmó.
El padre Javier Calvillo Salazar, que dirige un refugio, dijo que la visita del papa promete ser un momento especial, pero que hay que abordar los problemas de Juárez de raíz.
«Las mujeres que quedaron viudas, los niños que quedaron huérfanos de papá o mamá. Los jóvenes que quedaron traumados. La gente que fue testigo o que experimentó un secuestro, o que vieron ejecuciones», señaló. «Todo esto no se puede cambia ni se puede borrar de una mente, ni de un corazón en cinco años».