AGENCIAS
Desde hace 50 días Epifanio duerme de a ratos y come con dificultad. Su hijo Jorge es uno de los 43 estudiantes desaparecidos en México y, como el resto de los padres, está convencido de que fueron secuestrados, no masacrados ni incinerados en un basural.
Epifanio Álvarez pasa estos días de angustia en un campamento que levantaron los familiares en la escuela de maestros donde estudiaban los jóvenes, en el humilde pueblo de Ayotzinapa (Guerrero), 275 km al sur de la capital mexicana.
«Son noches de infierno, dormimos una o dos horas y nos despertamos. Es algo que no nos deja descansar, tenemos en la cabeza: ¿dónde estará nuestro hijo? A Jorge le gusta tocar la guitarra y cuando escucho una de sus canciones no puedo aguantarme», dice a la AFP este campesino fornido de 46 años.
A su lado, Blanca Nava muestra una gran pancarta con el rostro del suyo: «Yo me pregunto todos los días si comerá o no comerá. ¿Qué le estarán haciendo?», dice afligida.
La fatídica noche del 26 de septiembre, los estudiantes fueron atacados por policías corruptos en Iguala (Guerrero) por orden del alcalde local, que temía que boicotearan un acto político de su esposa -hermana de narcotraficantes-. Tres alumnos y otras tres personas murieron, al resto lo habrían entregado al cártel Guerreros Unidos.
Pero ni Epifanio ni ninguno de los padres cree en las pavorosas confesiones que difundió la fiscalía hace una semana de sicarios narcotraficantes detenidos que dijeron haber matado a los jóvenes, quemado los cuerpos en un basurero de Cocula (vecina de Iguala) y arrojado los restos triturados y calcinados a un río.
«Queremos evidencias. Para nosotros, están secuestrados porque se los llevaron y los entregaron. Están coludidos con la mafia», comenta Berta Nieves, quien ya enterró a su hijo, uno de los tres alumnos muertos en el ataque, pero sigue tenaz en la búsqueda de sus 43 compañeros.
Teatro o cruda realidad
¿Quién los podría tener secuestrados y con qué fin? La pregunta no tiene respuestas claras entre los familiares. La mayoría asegura que son policías quienes los tienen secuestrados; otros, que «el gobierno».
«Casi estamos seguros que están por ahí, es un interés muy fuerte económico y político. Lo del basurero es un teatro formado por el gobierno, por todos ellos, para hacernos desistir», dice Felipe de la Cruz, vocero del grupo de familiares, comiendo de pie una tortilla con huevos rancheros en un patio de la escuela.
Los padres anotan, como prueba de las «mentiras oficiales», que en un inicio policías detenidos dijeron que los cuerpos estaban en fosas clandestinas en los alrededores de Iguala. Pero forenses argentinos que trabajan a pedido de los padres ya determinaron que los primeros 24 cadáveres analizados de los 39 extraídos de esos sitios no son de los estudiantes.
«Ya nos engañaron esa vez. Que nos los den, que dejen de jugar con nuestros sentimientos. Además, no creemos porque parece que esa noche que dicen ellos que los mataron estaba lloviendo. ¿Cómo iban a hacer tanta lumbre?, ¿cómo van a desaparecer los huesos? Sólo que los hayan molido», cuestionó Epifanio.
El miércoles el gobierno envió al prestigioso laboratorio de la Universidad de Innsbruchk, Austria, restos hallados en el basurero y en el río, pero su extrema calcinación hace muy difícil la extraccion de ADN para la identificación.
Hasta el final
Con el dolor a cuestas, algunos de los padres han regresado a inspeccionar el basurero. Otros siguen siendo llevados por la policía federal en sobrevuelos por comunidades, en lanchas o a caballo por laderas, barrancas y serranías.
Pero las familias no confían en lo hecho hasta ahora. Epifanio partió el jueves en una de las tres caravanas de familiares y estudiantes que buscan apoyo popular para exigir al gobierno de Enrique Peña Nieto que siga buscando a los jóvenes.
Una está en camino a Chihuahua (norte), fronterizo con Estados Unidos, otra a Chiapas (sur), limítrofe con Guatemala, y la tercera sale el sábado por varios municipios de Guerrero, para luego reunirse el 20 de noviembre en la capital mexicana.
Todas parten de la escuela de Ayotzinapa, un complejo sencillo de muros pintados con rostros del Che y Marx, por su marcada formación socialista. En el centro de su cancha de basquetbol hay un altar de flores y velas; en las paredes, las fotos de los 43; en las aulas, entre los pupitres apilados, colchones y sacos de arroz y frijoles como para una larga espera.
«Estamos desesperados, pero no vamos a parar. Me martiriza saber cómo estará Jorge a cada momento. Quiero decirle: ‘M’hijo’, voy a luchar hasta el final, hasta que te devuelvan. Te quiero mucho», expresó Epifanio, con la voz ahogada por el sollozo.