EL MEXICANO /SAID BETANZOS
En el piso de la regadera por donde se fugó Joaquín «El Chapo» Guzmán estaba el registro del drenaje de la prisión de Almoloya y el olor fétido se respira todo el día.
Así lo recuerda Othón Cortés Vázquez acusado injustamente en el caso Luis Donaldo Colosio. Hace 20 años, cuando lo detuvieron las autoridades, lo internaron en la celda número 20 del módulo 1 del Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) Almoloya, ubicado en el Estado de México.
Es la misma en donde vivió el líder del Cártel de Sinaloa y de donde se fugó la noche del sábado pasado, de acuerdo a lo informado por el Gobierno Federal.
En la regadera «baja el drenaje, ¡por cierto¡, era la cañería por que como estábamos hasta el fondo, por más que llegaban y le echaban pinol, le echaran lo que le echaran, se penetraba el olor», contó el oaxaqueño radicado en Tijuana desde hace casi cuatro décadas.
Para no respirar los gases tóxicos siempre trataba de taparse la nariz. «Tres o cuatro veces al día», platicó, «le ponían cloro, pinol» describe mientras con la mano derecha hace un círculo para mostrar la labor del personal.
EXTREMA VIGILANCIA
El módulo en donde estaba la celda de «El Chapo» ya era conocido por dicho narcotraficante porque desde 1993 estuvo recluido, pero en una diferente, contó Cortés Vázquez. «Cuando llegué», platicó, «(en ese año) él estaba a tres, cuatro celdas más.
El ingeniero Raúl (Salinas) estaba, luego Calderoni, luego Don Rafael Caro Quintero, luego Joaquín Guzmán Loera y al último Mario Aburto». Después de ahí a Guzmán Loera lo trasladaron al penal de Puente Grande en Jalisco, de donde se fugó en 2001.
Lo veía en los locutorios y también llegó a ver a la familia del sinaloense en donde lo único que le decían era «échele ganas», pero «nunca hubo un contacto, ni sacar la mano, nada». Othón mencionó que todo ruido se oía en el interior de la cárcel.
«Todo se escucha, a mi una vez se me cayó un plato y se oía un fuerte eco», contó Othón, quien aún se niega a creer cómo escapó el narcotraficante sin haberse escuchado el ruido debajo del subsuelo.
Además por celda, dijo, te vigilaban dos custodios, y «mientras estás dormido pasan con el tolete a raspar los barrotes, y te están viendo además por las cámaras» instaladas en el dormitorio de unos tres metros de largo por dos de ancho.
El baño está al fondo, del lado derecho una tasa hecha con cemento y enfrente la regadera, pero no hay nada que oculte al prisionero del exterior, apenas un pequeño muro para evitar el agua se riegue en toda la celda, describió. Además hay perros recorriendo la prisión en la parte de arriba.
Cuando me sacaban, mencionó, logré ver cómo también por el techo caminaban custodios y «después de las 10 de la noche el helicóptero sobrevolando». El edificio en donde él y los capos del narcotráfico estaban, se ubican en una especie de sótano, no a nivel de calle, explicó.
«Sales de celda para hablar por teléfono, platicar con la sicóloga o para ir a la audiencia a juzgados, locutorios o visita familiar», no existe otra posibilidad, aseguró Othón, quien salió de esa cárcel 18 meses después al comprobarse su inocencia en el caso Colosio.
No tenían permitido bañarse más que a las seis de la mañana con agua tibia, era la única oportunidad de acercarse a la regadera. A las siete de la noche les daban de cenar, después recogían los trastes y a la ocho pasaba el médico a entregar la medicina a cada interno.
«Sólo teníamos permitido leer o escribir después. Y siempre estaba encendida la luz de la celda, siempre», por eso, dijo, no entiende cómo pudo haberse fugado Joaquín Guzmán Loera.