A mi manera
Socorro Valdez Guerrero
¡Uf, agotador! Y …Triste. Impotente para cambiar la situación, ayudar y resolver lo de todos, que también merecen médico y atención de calidad y con calidez. Muy decepcionada. ¿Cómo, quiero saber cómo, sin que sea el dinero lo que soluciona? Yo tranquila de resolver lo de una, calmada de ya no ver su dolor y ofrecer la seguridad para lo nuestro, pero ¿Y los demás que mueran, que padezcan, que sufran? ¿Sólo pagar por su salud y no mirar, dejar atrás lo que todos padecen para solucionar lo propio?
Ver de nuevo que mi hija (Poletziitha Fernanadez Valdez y mi güerita Jennifer Fernandez Valdez hoy duerman agotadas, pero tranquilas) Da paz, pero vuelvo a preguntar: ¿Y los demás señor secretario de «Salud» Armando Ahued Ortega? ¿No alcanza el presupuesto para calidad ni tampoco para calidez? ¡Exija, demande, vigile, cumpla! Deje de hablar de contaminación, de promover lo fácil – clases de aeróbics- y haga lo suyo. ¿Porqué «doctor»? ¿No le duele no le gusta servir, sino servirse; porqué no cumple con su juramento hipocrático, porqué no los hace abrazarlo?
Lacera su realidad de hospital, de no servicio, de no mala, sino pésima calidad. Es una deshumanización que lastima el alma y golpea el ser. Que taladra y sacude. La atención, la prevención y sus cifras e informes son un mal maquillado discurso, con tintes de juego político que trunca vidas de aquellos que buscan la salud. Con complicidades que latiguean a quienes padecen la humillación de mendigar atención médica.
Ojalá y me leyera Ahued Ortega, ojalá y me escuchara, pero ojalá y resolviera lo que mi humilde pluma le grita, no por mi, no por ella a quien el dinero le resolvió su mal, sino por ellos que no lo tienen y no lo pueden lograr y no les queda más que el remedio de soportar mal trato, burda y miserable atención a su salud.
Hoy mi pluma me lo pide y mi consciencia me lo exige ¡Retoma el grito de denuncia! Exhibe un «servicio» podrido de supuesta atención médica, dónde si ésto significa gratuidad en la atención mejor ¡Cobre!, pero ofrezca dignidad humana para curar el dolor. Es una realidad de hospitales que ensucian y hasta enluta ese nombre que lleva: «Juan Ramón de la Fuente».
Bella estructura arquitectónica con entrañas putrefactas, que en urgencia demuestra lacerante la miserable gratuidad médica que aplasta el bienestar de aquellos que dice ayudar. Que demuestra que sólo aquí si hay igualdad. Porque hombres y mujeres padecen lo mismo: una atención a su mal, a su dolor, a su pesar en sillas, sin médicos que se conduelan de verlos retorcerse de dolor y con enfermeras que enfrían su alma para ver cotidiano el mal trato y aún así celebrar con pastel un año más del nacimiento de una de ellas.
Cerca de esos pequeños cartucho donde diez mujeres y cinco hombres tienen sentados, unos hasta dos días, viendo pasar de largo batas blancas, uniformes verdes, grises, cuyos portadoras ni los miran.
Sólo de momentos regular el goteo de su suero para no atrofiar sus venas; gritarles por retorcerse de angustia y no aguantar; por tener dos pies y no caminar bien; por no tener cuidado y hasta pisar agujas tiradas en el piso ensangrentada; por insistir en preguntar ¿cuándo me atenderá? por quejarse por ronchas en el brazo que amenazan intoxicación de medicamento; con equivocación de nombre y paciente; con riesgo de suministrar a Chana y era a Sutana el fármaco; con expedientes y tubos con sangra botados que luego no encuentran o se confunden; con análisis que piden y olvidan hacer o revisar; recipientes con orina para estudios que pacientes custodian en esperan que los lleven a laboratorio y diagnóstico que va de una peritonitis, a vesícula maltrecha o apendicitis o ¡un posible daño ginecológico!
Como si saber qué mal dobla a aquella débil mujer fuera una cuestión de ¡atínale o adivínale a ver si le das! Con vómito en el piso, que nadie limpia -le toca a mi compañero- pero amenaza con hacer resbalar a quien llegó con el rostro descompuesto no sólo por el dolor, sino por el evidente golpe o la madre compungida y desesperada porque nadie repara que su hijo pierde color y se quiebra por un taladrarte espasmo, mientras cerca, muy cerca las enfermeras entonan las mañanitas y cortan el pastel; un médico, sólo uno, tunde su máquina de escribir, otro pasante extraviado va y viene con papeles sin saber qué hacer, pero con un humor que amenaza con ser otro futuro mal médico y otra -parece médica, no lo demuestra- devora comida, baila y canta en ese aislado cuarto de «trabajo médico», mientras cerca, muy cerca el dolor sigue, se asoma, aumenta y grita: ¡Atiendan!
Y yo miro, tomo mi rumbo y grito también: ¡Basta! Los miro, con dolor insisto y resuelvo ¡Vámonos! Y retrocedo ¿Y ellos, y ellas? Me duele, pido, escuchan y no hacen nada, me despido, les hablo a todas, les deseo ¡Ojalá y salgan pronto! Me voy, urge irme y resolver nuestro propio dolor. ¡Apiádase Ahued Ortega, ayúdelos, es inhumano!