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Pese a que más de 14 millones de mujeres habitan localidades rurales en México, se estima que 21 por ciento de ellas no sabe leer ni escribir, más de la mitad no tiene condiciones laborales adecuadas y tres millones viven en pobreza –cifras que duplican la condición en la que viven las mujeres urbanas–, informó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
De acuerdo con una nota informativa publicada por el Inegi, a propósito del Día Internacional de las Mujeres Rurales –que se celebra cada 15 de octubre desde 1995 por mandato de la ONU–, el 22 por ciento de la población femenina en México habita en ámbitos rurales, y 17.7 por ciento de ellas habla alguna lengua indígena.
Más de tres millones de mujeres en estos contextos, que representa 15.4 por ciento de la población económicamente activa (PEA) femenina del país, participan en la producción de bienes y servicios para el mercado.
No obstante, 8.5 por ciento de ellas (14 millones) subsiste en condiciones críticas debido a la pobreza que padecen. Según Inegi, esta situación se vincula a la baja escolaridad, las malas condiciones laborales, y la falta de acceso a servicios públicos que afrontan niñas y mujeres de comunidades campesinas.
Si bien la mayoría son menores de edad o jóvenes, 2.1 por ciento de las niñas de 5 a 12 años que viven en alguna localidad con población inferior a 2 mil 500 habitantes no va a la escuela, y la proporción se multiplica hasta seis veces (12.3 por ciento) en el caso de las adolescentes mayores de 12 años.
Por esto, el “analfabetismo funcional” (no comprenden lo que leen, no se dan a entender por escrito y se les dificultan operaciones matemáticas básicas) en las mujeres rurales de 15 y más años de edad es de 21.8 por ciento, el doble de lo que ocurre con las mujeres urbanas.
Además de carecer de instrucción formal básica, tradicionalmente las mujeres realizan actividades que contribuyen a la economía del país (19 por ciento del Producto Interno Bruto), pero no reciben por ello ninguna remuneración.
Al respecto, Inegi advirtió que si bien esa situación persiste en las ciudades, se acentúa en las comunidades rurales, ya que además de realizar tareas de cuidado de las personas y del hogar, las mujeres en el campo desempeñan tareas relacionadas con la producción del cultivo, cuidado del ganado y el suministro de alimentos, agua y combustible para sus familias.
La agricultura, ganadería, silvicultura, caza y pesca conforman las actividades las que las mujeres del campo superan por 17 veces a las de la ciudad.
No obstante, su ingreso al ámbito laboral y la doble jornada sin remuneración que desempeñan en sus hogares y comunidades, de los tres millones de trabajadoras del campo, 32.7 por ciento trabajan por cuenta propia y 16.3 por ciento no recibe remuneración por lo que hace.
Además, 64.4 por ciento no cuenta con prestaciones de servicios de salud y más de la mitad no tiene prestaciones de ningún tipo.
Destaca que seis de cada 10 mujeres rurales no tiene contrato por escrito, 31 por ciento recibe el salario mínimo (en el caso de las mujeres en las ciudades este porcentaje es del 15 por ciento), y el 18 por ciento tiene una jornada semanal de más de 48 horas.
Estas condiciones educativas y laborales profundizan la pobreza y brecha de desigualdad que experimentan las mujeres del campo, ya que cerca de dos terceras partes de la población en pobreza en México habitan en ámbitos rurales.
Con base en el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), se estima que en 2012, 27.6 millones de mujeres son pobres y 8.5 millones de ellas vive en contextos rurales.
Esto equivale a que seis de cada 10 mujeres rurales se encuentran en situación de pobreza y más de 3 millones son pobres extremas; además, 93.5 por ciento de las mexicanas rurales son vulnerables por “carencias sociales” (alimento, educación, servicios de salud, servicios públicos, vivienda y otros).
No obstante la condición de pobreza, las cifras de Inegi revelan que dos de cada 10 hogares rurales tienen jefatura femenina en familias de hasta seis integrantes, lo cual también duplica la cifra de hogares citadinos encabezados por una mujer.