La violencia electoral es uno de los rasgos que más se ha acentuado en el presente proceso electoral del Distrito Federal. Entendida ésta como la intervención física de un individuo o grupo, contra otro u otros, y que tiene por objeto destruir, dañar, coartar. (Bobbio)
Así, lo mismo se enfrentan en las calles físicamente brigadistas de partidos contrarios, que se agreden y descalificación mutuamente mediante el uso de las redes sociales. Pero la violencia más deleznable es la ejercida por órganos de gobierno. En diversas Delegaciones, de manera cínica se pueden observar videos que circulan en redes sociales, la manera en que camionetas con logotipos institucionales quitan la propaganda adversaria y dejan la que representa la opción política del partido que gobiernan.
La violencia en todas sus manifestaciones es una muestra de la falta de civilidad, que recuerda los tiempos del más reacio autoritarismo político y, el extremo, que remite a la barbarie y a la época en la que imperaba la ley del más fuerte.
La violencia que viene de las instituciones convierte a éstas en entes carentes de toda legitimidad para ejercer el poder. Ese tipo de autoridades han perdido toda brújula en su tarea esencial: cuidar los intereses de todos los integrantes de la comunidad. El interés general ha sido sustituido por el interés faccioso, es decir, el interés de un pequeño grupo de personas en detrimento de los demás.
Basta observar en las calles de algunas delegaciones, la preponderancia de un sólo color partidista y, si acaso, la presencia de otro, regularmente aliado político, para concluir, de manera tajante, qué tipo de gobiernos incurren en dicha violencia institucional. Si no se corrigen estas conductas, pueden generarse consecuencias graves que lamentar.
Néstor Vargas Solano* Ex presidente del IEDF