La privatización de las calles

Néstor Vargas Solano

Las calles explican las transformaciones de pueblos y ciudades. Constituyen espacios comunes útiles no sólo para el paso de automóviles o peatones, sino que representan una gama de elementos urbanísticos que dan vida a las colectividades humanas. En ciudades complejas como nuestra Ciudad de México, en donde los espacios de estacionamiento representan verdaderos problemas, se ha configurado un indeseable fenómeno de privatización de las calles.

El problema sería nimio si es que algunas personas las utilizaran como un mecanismo de subsistencia ante la falta de empleo, o la existencia de éste pero mal pagado. El problema surge cuando son grupos de delincuencia organizada que extorsionan a cualquier ciudadano que se niegue a aportar la cuota obligatoria, si es que desea estacionar su automóvil en algún espacio delimitado por ellos mediante cubetas, sillas, cordones y un sinfín de elementos, con afanes de lucro. De negarse a pagar la cuota, no sólo se niega el acceso sino que se corre el riesgo que, ante la ausencia del conductor, la unidad móvil sufra las consecuencias.

Así, en muchas partes de nuestra ciudad las tarifas son establecidas dependiendo de la necesidad y de la zona. Las cuotas van desde los veinte pesos en la mayoría de las delegaciones, hasta 250 en el Auditorio Nacional. Lo peor de todo es que las autoridades administrativas lo toleran y las de tránsito o seguridad pública son cómplices.

Probablemente los parquímetros no sean la solución óptima a esta problemática, pero lo cierto es que se disminuirían dos de los problemas más inmediatos: la delincuencia y ausencia de espacios de estacionamiento.  Me hago cargo que  la solución no es tan simple. Se necesita creatividad y voluntad política para resolverlo, en donde ganen los automovilistas, los vecinos y la comunidad.

 

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