Las instituciones, entendidas como las limitaciones que el ser humano se impone a sí mismo, ya sean de carácter formal (normas) e informal (acuerdos y códigos de conducta) se encuentran tan frágiles que impiden a los responsables del diseño y rediseño de las mismas advertirlo.
Baste ver la incapacidad institucional para resolver problemas como la corrupción, inseguridad, educación, violación de derechos humanos, contaminación ambiental, impunidad, desempleo, impartición de justicia etc. Dicha incapacidad para resolver los problemas se observa no solamente en los resultados reflejados en las estadísticas reportadas periódicamente por agencias gubernamentales e independientes sino porque la realidad no se puede tapar, aunque se tenga el control de la mayoría de los medios de comunicación y se pretenda imponer un discurso gubernamental del “no pasa nada”.
Lo trágico es que las elecciones pasadas reflejan un control que, aunque mermado, sigue manipulando las conciencias ciudadanas, particularmente de la gente que se encuentra en la pobreza. No se advierte en el porvenir que los políticos del partido en el gobierno y sus políticos comparsa se encuentren ocupados en encontrar soluciones que resuelvan la crisis de las instituciones y, con ello, los problemas que aquejan a los ciudadanos cotidianamente. La ceguera política es un mal endémico.
Por el contrario, instituciones que antaño gozaban de cabal salud, hoy se encuentran en el descrédito y la desconfianza. Ejemplo de ello son el Instituto Nacional Electoral, el ejército y la iglesia católica. Las deficiencias en el manejo de las elecciones tanto estatales como federales; las ejecuciones extralegales y los actos de pederastia, respectivamente, tienen a dichas instituciones sumidas en una crisis la cual se debe de resolver. Urge una revisión integral del Estado mexicano. De lo contrario, es la sociedad la que sufrirá sus consecuencias.
Néstor Vargas Solano*Ex presidente del IEDF
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