Uno de los temas poco explorados dentro de la democracia representativa es el que tiene que ver con las características que deben de tener los candidatos a ocupar un cargo de representación popular. El asunto no es menor. De triunfar en las contiendas electorales, esos candidatos serán los que, en teoría, llevarán la representación ciudadana a los parlamentos federal y locales, y serán los titulares del poder ejecutivo en los distintos niveles de gobierno.
En estos días los órganos electorales se encargan de recibir las solicitudes de registro de los candidatos, lo que constituirá la oferta política que tendremos los ciudadanos para escoger a quien represente nuestro intereses. A la luz de un desinterés por la política y los políticos, los ciudadanos deberíamos esforzarnos a hacer un mínimo análisis del tipo de partidos políticos que queremos y, sobre todo, de las características que esperaríamos tuvieran sus candidatos.
¿Cuáles deberían ser los criterios de selección por parte de los partidos políticos para presentar dicha oferta política y disminuir las acusaciones -no del todo erróneas-, de presentar solamente a familiares, amigos, compadres y, en general, a candidatos que no reúnen el perfil que la sociedad necesita?
Algunos teóricos señalan que un candidato debe reunir, entre otros, los siguientes requisitos: capacidad en el ejercicio de cargos públicos, liderazgo, honradez, experiencia legislativa, carismático, comprometido con su labor política, amplia formación educativa y que cumpla sus promesas. El orden de prioridad dependerá del grado de sofisticación del político y del electorado.
Por las propuestas de candidatos presentadas pareciera ser que las dirigencias partidistas se han inclinado por tres aspectos: el linaje político, el carisma y las clientelas políticas que respalden dichas candidaturas. Lo anterior ha generado rupturas y realineaciones políticas pocas veces vistas. La constante ha sido el pragmatismo político más allá de la preocupación del cumplimiento de un perfil idóneo para la sociedad.
En lo personal me quedo con las características que decían los clásicos hace más de 2300 años, que debería tener un buen gobernante: a) Respeto por las leyes, b) poseer el arte de la persuasión para convencer y no vencer a su pueblo con sus decisiones, c) poseer amor por la sabiduría y una recta educación basada en los principios de la virtud y la justicia y, sobre todo, d) amar a su patria, en donde por encima de riquezas personales y honores individuales, prevalezca en interés general. Cuando esto suceda surgirá una esperanza en nuestro porvenir.
Néstor Vargas Solano / Ex presidente del Instituto Electoral del Distrito Federal