La policía local no sirve, las cámaras de video para vigilancia en la Central de Abasto de la ciudad de México, tampoco. ¡Queremos orden! ¡Pidamos a las fuerzas federales! Gritaban los bodegueros ante sus impávidos líderes.
¡Acciones! ¡Basta de reuniones! De escucharnos entre nosotros mismos. Había enojo, rabia. Los muertos, los asaltos, los secuestros, aumentaban y la autoridad no veía, les preocupaba quien orinaba en los pasillos.
A éstos, hasta cinco policías para detenerlos. A los otros -los asesinos, los asaltantes, los secuestradores- ninguno. Eran invisibles. Para el mayor Lorenzo Fernández, sólo «ajuste de cuentas». Para la víctima, el muerto era su padre, su hermano, su hijo.
Parecía que el mayor desconocía la ley. Que un homicidio, por venganza, por asalto, por lo que fuera, no era delito. Ahora, el ajuste le tocó a un comprador, que frente a su hija caía muerto -12 de mayo-.
Antes, el ajuste, fue contra un joven -naranjero- que salía en defensa de su trabajador. Y mucho antes, contra un secuestrado, donde también, aún con video, número de placas, tipo de vehículo y rostros, eran invisibles para la autoridad.
Por eso ahí estaban todos reunidos. En un salón que se tornó insuficiente para albergar a un grupo enardecido. Que exigía a sus respectivos dirigentes de las cuatro organizaciones de esa central, rescatarla.
Estaban los de flores y hortalizas, de subasta; polleros; naranjeros, los de abarrotes, pero el administrador Julio César Chávez, no, tampoco el mayor, y menos los representantes del Comité Técnico, ni tampoco Miguel Mancera, jefe de gobierno ni los legisladores.
Unos, no se sabía dónde andaban, los otros tampoco y aquellos, tal vez preparando la próxima clase masiva de yoga o las modificaciones a la «ley animal» para proteger a perros y gatos con chip.
Para ayudar a localizarlos si son víctima de robo. Absurdos, que se hacen ridículos cuando se escuchaba en ese salón preguntar con rabia, con desesperación, con impotencia ¿Y nosotros?
Se narraban las historias de muerte, de asalto, de secuestro. ¡Lo vi caer muerto!
Ahora fue mi vecino de bodega ¿Después quién, yo, mi amigo, mi padre, mi hermano? La voz a veces entrecortada por la rabia, a veces acompañada de gritos, de groserías y hasta de manoteos.
A veces de dolor, a veces de miedo. Adentro el olor a muerte, era el tema, afuera el olor fétido a putrefacto. A verduras y frutas amontonada de días, de semanas.
Putrefacción en todo. En administración, en mantenimiento. Basura por todos lados. Basura que tapa muertes, conductos para desagüe y que bloquea escaleras. Que amenaza con desbordarse sobre cajas de tráiler, que impide el paso.
Coladeras destapadas; inundación que salpica líquido pestilente; lodo, olor a descompuesto que se hace nimio ante el olor a muerte a delito cotidiano que enluta, a víctima que llora el infortunio. Que sufre al sentirse sola.
¡Tengo miedo venir a trabajar! Fui secuestrada, reconocía esa pequeña mujer ubicada al fondo de ese salón. Los jóvenes bodegueros enfrentaban a los maduros líderes ¡Acciones! ¡Dan lástima estas reuniones desgastantes!
La rabia y el coraje estaban presentes, también los documentos sin respuesta que enardecían más. Hubo intentos del coordinador de la mesa por acortar las intervenciones, medir el tiempo. Nadie lo permitió, no callaron, se impusieron. Obligaron a acciones.
¡Pidamos auxilio a las fuerzas federales! ¡Auditorías! ¡Acciones! ¡Démosles donde les duela! ¡Desconozcamos al Comité Técnico, que no hace nada! ¡Vamos a Gobernación, solicitemos apoyo!
Son millones los que aportamos para seguridad, para mantenimiento. Las palabras que retumbaban. Su coraje también. El malestar se olía. Los dos millones 400 mil pesos que un solo pasillo -S- con 50 bodegas aporta de mantenimiento, ya no importaban.
Tampoco aquel escrito al Centro de Atención al Participante, que igual que Vicente Fox, con el conflicto en Chiapas, prometía solución en tres días -folio 1051025-, y tenía casi un año sin respuesta.
Ni aquella petición del 2009 a la subgerencia de mantenimiento para quitar basura, baches e inundaciones. Menos la pretensión velada de concesionar la basura y hacer, desde la administración del Fideicomiso, negocio con los desperdicios.
Los 100 días que había pedido el coordinador general de CEDA -ya llevaba 500- para solucionar bacheo, seguridad, se habían olvidado. Las tres muertes opacaban la crítica de Matilde Palomino, clienta de años en ese mercado: ¡La Central está convertida en una asquerosidad! Todas esas quejas, no era nada ante las voces de aquellos que veían la sangre correr por los pasillos. La inseguridad en la Central de Abasto rebasó a todos.
¡Vamos a fajarnos los pantalones! Volvían a exigir los jóvenes comerciantes ¡Vamos a cambiar la Central! Si ellos no pueden, pidamos que entre la federal.
¡Comemos del cliente, hay que defenderlo! Llegaban los aplausos. Los dirigentes los miraban. De vez en vez, se defendían de la apabullante crítica. Uno de ellos manoteaba, el otro, reprochaba dar mordidas a los de normatividad.
Y ellos no se intimidaban, respondían: ¡Nos están matando a la gente y no se hace nada! La baja estatura de una dirigente de Flores y Hortalizas, se imponía: ¡No necesitamos pedir, vamos a salir!
El derecho, lo otorga la Constitución; ¡Si no responden, cerramos la Central -de Abasto- tres horas, un día! Respaldaba otro. En un diálogo, donde efectivamente, quien necesitaba escuchar, no estaba.
En fin, mejor los invito a seguirme en twitter @SocoValdez y entrar a la página web socoval17.wix.com/mexicoes, donde pueden escuchar el relax sonoro, 24 horas del día y el programa Collage Musical, así como «Frutituti», o enviar sus quejas, felicitaciones, denuncias a [email protected].