Por José Jiménez
Transitamos por la última semana del 2014 y es el mejor momento para hacer un balance.
Primero el recuento de daños de los hechos que lo cruzan todo y lo determinan.
El estado y la gobernabilidad, la seguridad, la paz y la tranquilidad pública. Durante años el
estado posrevolucionario presumía que su principal mérito era el mantener la estabilidad, la
paz social, al paso de tener un “México bronco” tranquilo y a veces dormido, sometido en el
principio de autoridad de la razón de estado, en el «es así porque así es», no se permitía ir
contra el orden o lo que se permitía, un poco, era bajo control para mantener el orden.
Con el siglo sucedió una alternancia supuesta en el poder político, se veía como un todo solo a
la presidencia de la republica pero se pasó de largo con respecto a los gobiernos de los estados,
tenemos estados que nunca dejaron de tener gobernadores priistas de viejo régimen.
Entre el voto útil y solo querer sacar a las “tepocatas y víboras” de la residencia presidencial de
los pinos se fue la oportunidad histórica de refundar profundamente el estado, superando cada
uno de los vicios que se le señalaban.
El primer de los dos sexenios de la alternancia panista, de “los años azules”, se desarrolló entre
incapacidades, ocurrencias y abusos de poder. El segundo sexenio provoco aún mayores daños,
desde el declarar la guerra, sin estrategia y sin rumbo, a llevar al país a una situación de
violencia con costos humanos sumamente altos. Se puede llamar a este episodio como una
narco guerra o la guerra civil de Calderón, al ser rebasado en diferentes planos el estado por las
fuerzas de facto.
Se reconoce y debe asumirse que se hereda una situación sumamente descompuesta y
conflictiva, lo que a este momento no debe tomarse como justificante, pero si como elemento
de análisis, ya que se desmantelo la inteligencia del estado y no se logró definir una política
efectiva para el tema. Solo se fue a involucrar a las fuerzas armadas -ejército y marina,
principalmente-, se les saco de los cuarteles y se les uso para un supuesto control o para inhibir
a otras fuerzas.
Se debe tener claro que un problema de este tipo y a esta dimensión debe ser atendido con la
fuerza del estado junto a otros elementos en los tres niveles de gobierno. Se reconoce por
algunos voceros, que el primer año de este sexenio sirvió para adaptar a todo el gabinete y al
presidente en sus funciones; se creyó también que con ya no dar cifras en los medios de
comunicación, ni mucho menos presentar imágenes o bien lo que consideraron apología del
delito, se iban a “calmar” las cosas.
No fue así. La percepción del estado, en materia de gobernabilidad, de seguridad, la paz y la
tranquilidad pública interior mexicana es terrible; en muchos países se tiene la creencia de que
todo México es Ayotzinapa o bien Michoacán.
A quienes se identifica como uno de los voceros del ejército reclama que se le lleva a resolver
los problemas que lo civiles no pueden resolver, pero solo se les involucra y tampoco resuelven
tales problemas, más por el contrario los agravan, ya que se les destina a tareas de policía y de
orden interno para lo cual no es formado y no es su misión natural.
Campo mexicano
Es una reiteración continua y enfermiza del discurso oficial de que el campo mexicano debe
desarrollarse y con ese efecto lograr la autosuficiencia en la producción de alimentos, y a más,
con el sobrante ir a los merados internacionales a colocar productos tanto del agro como
ganaderos.
Sin embargo tenemos un discurso que va contracorriente de la realidad. El campo mexicano se
debate entre la pobreza, el abandono y el acaparamiento.