Sólo aquel habitante del Triángulo Norte de Centroamérica que agarra una mochila y más que cargar en ella un cepillo de dientes, una crema dental o un desodorante, lleva preocupaciones, problemas y esperanzas en que el día de mañana pueda regresar, sabe de las verdaderas razones que llevan a miles de jóvenes y familias enteras a tomar la decisión de huir de la violencia, una amenaza o salir por falta de trabajo, aunque muchos hablen de ello.
- En un recorrido que La Jornada realizó a algunas comunidades de El Salvador y Honduras, como parte de una clase magistral sobre desplazamiento forzado organizada por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), este medio tuvo la oportunidad de charlar con personas de ambas naciones que viven marcadas por las reglas de las pandillas –maras– y sus fronteras invisibles.
- En los pasados cinco años, la violencia criminal fomentada por cárteles de las drogas y las pandillas en el Triángulo Norte de Centroamérica es responsable del aumento de personas refugiadas y solicitantes de asilo provenientes de estos países, así como de los desplazados internos, como han podido constar organismos como Acnur y Médicos Sin Fronteras.
- Información de este brazo de la Organización de Naciones Unidas (ONU) da cuenta que hay alrededor de 387 mil refugiados y solicitantes de asilo del norte de América Central en el mundo y existen más de 318 mil desplazados internos en Honduras y El Salvador.
Empleos, pero para lo malo
- Marco, un joven hondureño habla de los motivos que fuerzan a jóvenes a desplazarse internamente o, incluso, pensar en cruzar las fronteras. Hay más fuente de empleo para lo malo que para lo bueno. Un grupo del crimen organizado paga muy bien por transportar drogas y armas.
- El declarante forma parte de una organización llamada Jóvenes contra la violencia, pues su apuesta es a los valores que aún se conservan a pesar de este clima hostil.
- Sabe que en las localidades donde no existen organismos que le brinden a los jóvenes la oportunidad de exhibir su talento a través de un mural o del deporte, la gente prefiere irse.
- A esto se suma el contexto comunitario. Aparte del hacinamiento y el difícil acceso a los servicios más básicos, como alcantarillado y agua potable, sales de tu casa y ahí están: los chicos de las pandillas.
- Lastimosamente, en Honduras, un país con cerca de 66 por ciento de la población viviendo en la pobreza, muchas familias de la noche a la mañana deben abandonar sus hogares por amenazas.
Sentado en una banca de un parque en Tegucigalpa, Marco sabe de lo que habla y no sólo porque tiene estudios de maestría, sino porque junto con su familia tuvo que dejar la comunidad donde vivía para evitar una cadena de homicidios tras el asesinato de su hermano.
Proviene de un núcleo familiar de escasos recursos. Al morir su tío, quien era alcohólico, su primo fue adoptado y recibido en su hogar. El muchacho se metió a trabajar en la venta de drogas y al quedar a deber dinero, mataron al hermano de Marco.
Tuvimos que vender la casa
- “Mi papá tuvo que vender la casa para pagar el dinero a esta gente y tuvimos que irnos del lugar.
- Fue una experiencia muy dolorosa, pero algo que hizo la diferencia fue que, lejos de juzgar o culpar a mi primo porque mi hermano murió, tuvimos una especie de experiencia restaurativa entre la familia y él siguió viviendo con nosotros.
- De ahí vinieron ofertas de la pandilla para vengar la muerte de su hermano y con ellas una disyuntiva: aceptar la oferta o hacer algo para prevenir que otros jóvenes pasaran por lo mismo. Marco optó por lo segundo.
- En un informe de 2015 preparado por InSight Crime con la asistencia de la Asociación para una Sociedad Más Justa, se expone que durante las pasadas dos décadas Honduras ha sufrido un significativo incremento en la cantidad de personas afiliadas a las maras y pandillas, así como en la actividad delictiva y la violencia que se deriva de éstas.
- Destacan que las tres ciudades hondureñas más grandes, San Pedro Sula, Tegucigalpa y La Ceiba, son algunas de las áreas dominadas por las maras y pandillas, particularmente las dos más poderosas: la Mara Salvatrucha o MS13, y la pandilla Barrio 18, con la mayor presencia e influencia en dicha nación.
- Y aunque no sean maras, la gente sabe que no debe pisar comunidades, colonias o barrios donde gobierna la pandilla contraria. Así le ocurrió a Jonathan, el hijo de 16 años de María, líder comunitaria de una de las colonias de Tegucigalpa.
Yo no voy ahí ¡Qué miedo!, expresó el muchacho cuando, durante un recorrido a su comunidad, había que caminar hacia una iglesia ¿El problema? Cruzaba la frontera entre pandillas y días atrás le habían advertido que no les gustaba verle por esa zona.
Territorios marcados
No hay líneas físicas que marquen los límites; una piedra, una casa o unas escaleras bastan para saber dónde empieza el territorio del grupo rival. Y si alguno gana terreno pueden, de un momento a otro, sacarte de tu casa, relata un joven catracho.
Según un informe publicado por el gobierno de Honduras, con el apoyo de Acnur, en el periodo de 2004 a 2018 al menos 247 mil personas fueron desplazadas por la violencia en esa nación. Las amenazas directas, los homicidios y las restricciones a la movilidad son los principales detonantes del desplazamiento.
En 48 por ciento de los casos las personas desplazadas identificaron como perpetradores a las maras y pandillas.
En El Salvador la historia es similar. Un reporte de la organización Internacional Crisis Group da cuenta de que casi 20 mil personas fueron asesinadas en El Salvador entre 2014 y 2017. Este organismo indica que maras como MS-13 están activas en 94 por ciento de los 262 municipios de El Salvador.
Cada mes, además de pagar el agua, la renta y otros servicios, hay que apartar para la extorsión, cuenta Margaret, una mujer trans que vive en una comunidad de San Salvador.
Los límites que imponen las pandillas son visibles tan sólo al pedir un servicio a través de la plataforma Uber. ¿Disculpe, adónde se dirige? Pregunta por mensaje un conductor tras haber pedido un vehículo para regresar al hotel desde un café, ambos sitios ubicados en la capital salvadoreña.
Es común que pregunten, relata el dependiente del café. No pueden dejarle en cualquier comunidad, pues depende de qué pandilla predomina. También pasa que los llaman y los matan para quitarles el auto./LA JORNADA-PUNTOporPUNTO