La semana pasada se registraron dos manifestaciones de mujeres en la Ciudad de México, la primera de ellas ocurrió el 12 de agosto frente a la Secretaría de Seguridad Ciudadana para culminar en la Procuraduría General de Justicia local; en esta manifestación se adoptó la brillantina como un símbolo de protesta. La segunda, también convocada bajo la consigna #NoMeCuidanMeViolan, se inició en la Glorieta de los Insurgentes y concluyó en el Ángel de la Independencia.
Mujeres furiosas salieron a las calles para solicitar que se detenga lo ola de violencia que las aqueja, se manifestaron por aquellas que han sido asesinadas, violadas, agredidas, discriminadas; se manifestaron exigiendo sus derechos, para que se escuchen sus demandas. Mujeres furiosas toman las calles para hacer visible el miedo, terror y desesperación que sienten y viven injustamente.
Mujeres furiosas, justificadamente, protestan a las autoridades y a la sociedad su incapacidad de protegerlas para darles certeza cotidiana, seguridad y garantías; mujeres furiosas reclaman que no hemos sido lo suficientemente sensibles y eficaces para su pleno desarrollo en todos los ámbitos y niveles. Mujeres furiosas, legítimamente, toman las calles, las plazas públicas y monumentos, hacen suyos los espacios que les pertenecen para decirnos: ¡Basta! ¡Basta de injusticia!, de indiferencia e inacción.
Después de esas manifestaciones públicas, en redes sociales y otros medios, como muestra de solidaridad, muchas mujeres víctimas de violencia compartieron sus experiencias, historias que reflejan la angustia y miedo que las marca; su valentía rompe el anonimato, se muestra para despertar la conciencia de un Estado y una sociedad que se han quedado cortos en sus responsabilidades.
México se ha envuelto en una espiral de violencia que alcanza todos los rincones de la vida pública y privada, esa omnipresente espiral nos ha llevado a tolerar la violencia, a acostumbrarnos al terror; esa pasividad, esa permisividad es cómplice de la violencia. Las manifestaciones de mujeres furiosas son un llamado de atención para despertar, para salir de la inacción y reaccionar.
Nadie, desde la comodidad de espectador, tiene la legitimidad para descalificar los movimientos que las mujeres han protagonizado en los últimos días; estamos obligados, en consecuencia, a exigir que se entienda y respete su furia. Estamos obligados, Estado y sociedad, a cambiar las cosas, por nuestras hermanas, hijas, madres, compañeras, amigas, sobrinas, tías, abuelas; por todas las mujeres.