Por Eduardo Ibarra Aguirre
Los muy severos críticos de Carlos Urzúa desde hace más de un año cuando desde la campaña presidencial de López Obrador se perfilaba como titular de la Secretaría de Hacienda y después ya instalado en el desempeño de ésta, son los mismos analistas del oligopolio mediático que ahora le descubren extraordinarias cualidades técnicas, profesionales y hasta humanas.
¿Qué fue lo que modificó en apenas una semana tan sustancialmente la actitud de los agudos críticos mutados a una suerte de jilgueros de parte de hombres y mujeres tan preparados en las aulas y en la cátedra?
Justo que Urzúa Macías por decisión propia y sin refugiarse en “problemas de salud” o “estrictamente personales” –como fue costumbre en los gobiernos del nonagenario PRI y el septuagenario PAN, el muy desacreditado PRIAN que muchos añoran–, dejó de ser integrante del gobierno de la cuarta transformación.
Los juicios que Urzúa emitió para Proceso –por medio de una entrevista a modo realizada por su amigo Hernán Gómez–, para explicar las causas de su renuncia, constituyen también una práctica sin precedente que hace “un extraordinario servicio a la sociedad”, como lo explicó Héctor Aguilar Camín el día 15, pero su socio Jorge Germán Castañeda lo corrigió para apuntarse como un burócrata mayor del equipo de Vicente Fox que renunció y explicó por qué. Cualquier comparación aunque se salven lugares y espacios, resulta impropia.
A pesar del abundante y útil material informativo que aportó Urzúa Macías a Gómez Bruera, ostentando el hoy exsecretario de Hacienda que la discreción y el sigilo como gobernante no son uno de sus lados fuertes, amén de las evidentes contradicciones y la obsesión por la primera persona del singular y la perspectiva de que todo gira a su alrededor, Andrés Manuel López Obrador se lo tomó con mucha tranquilidad para decir que “no fue un error” la designación del ahora subordinado de Alejandro Poiré, el exsecretario de Gobernación de Felipe Calderón, en el Tecnológico de Monterrey.
A diferencia de quienes caricaturizan las opiniones de AMLO un día sí y otro también –no me refiero a los moneros que es su chamba hacerlo, ni tampoco a las redes sociales que en buena medida reflejan el tardío destape mexicano–, sino a los intelectuales orgánicos de la plutocracia mexicana, el presidente reiteró que no fue un error el nombramiento de Urzúa en Hacienda. Con todo y que cuando AMLO fue jefe de gobierno del Distrito Federal, Urzúa renunció como secretario de Finanzas y lo hizo en base a una mentira que cínicamente cuenta en Proceso.
Además de lo ya mencionado, el presidente se limitó a formular preguntas y son demoledoras para Urzúa, aunque están hechas en plural no tienen otro destinatario que el hidrocálido: “¿No sabían qué iba a haber un plan de austeridad? ¿Desde cuándo lo dijimos? Fui tres veces candidato a la Presidencia y en las tres veces está el combate a la corrupción y acabar con los privilegios. ¿Cuál es la sorpresa?… tres veces planteando que iba a impulsar la construcción de refinerías, porque llevaban 40 años que no se hacía una nueva. ¿Dónde está lo extraño? El aeropuerto. ¿Que no dije que era una obra faraónica y un pozo de corrupción? ¿Dónde está la novedad?”
Lo dicho por el presidente Andrés en todo tipo de actos públicos, populares y selectos, no lo entienden ni asimilan los que no quieren hacerlo, y lo repite por enésima ocasión, sólo que ahora con un destinatario individual al reprochar que “se haya considerado que él llegaría al cargo sólo como un ambicioso vulgar para adaptarse y hacer lo mismo”. ¿Así o más claro?