Concepción tuvo 13 hijos, seis hombres (Salomón, Gualberto, Braulio, Sadot, Sergio y Cuauhtémoc) y seis mujeres, (Virginia, Guadalupe, Blanca, María, Irma, Xóchitl y Gloria), le encantaba la cocina. Cuando cierro mis ojos, la visualizo regresando del mercado, cargando una bolsa llena de frutas y verduras o sirviéndome una taza de chocolate caliente. Adoraba verla cepillarse el cabello para luego, ponerle un poco de brillantina y tejer con sus dedos la trenza mas perfecta que adornaba su cabeza como un ritual, para luego cubrir su vestido con un mandil almidonado donde guardaba, cerillos, llaves y monedero. No tengo un recuerdo de ella quieta, todo el tiempo estaba ocupada atendiendo a los demás. Ella, murió de cáncer de mama cuando yo tenía 21 años.
María, hija de Concepción, se tituló como maestra, fue la primera en la familia en graduarse y un año después murió de cáncer de mama. Amiguera, por naturaleza, jamás se perdió una fiesta. Usaba vestidos que combinaba divinamente con zapatos y bolsas. Sus labios siempre traían color y sonreía todo el tiempo. Si repitiera el ejercicio de cerrar mis ojos, de haber sido una persona tan alegre, sus últimos meses, mi memoria la recuerda agotada, pálida y triste. De su funeral solo recuerdo enormes arreglos florales de parte de sus alumnos, ex alumnos y entrañables amigos.
En vida se llamó Blanca, fue hija de Concepción. Tuvo dos hijos. Desde niña, trabajó, trabajó y trabajó. Desde temprano, se levantaba a atender a sus hijos y a su esposo, que la mayoría de las veces estaba adormecido por el alcohol. Cuando la recuerdo, la miro detrás de un mostrador en un local de un mercado al norte de la ciudad, -el primero de varias cremerías que luego tuvieron su nombre-. Luego de años de esfuerzo, Blanca, compró una casa preciosa y casi al mismo tiempo, el doctor le diagnosticó cáncer de mama. Le amputaron su seno izquierdo. Las veces que la ayudé a vestirse, invariablemente su mano izquierda tocaba aquella cicatriz que en poco tiempo se convirtió en su frustración, tristeza y amargura. Puedo afirmar que me quiso mucho. Para ella tuve siempre tiempo, compañía y cariño. En mis vacaciones cuidé de ella y un par de años después del diagnóstico murió.
Xochitl, hija Concepción, es quién siempre canta «Libro abierto» cuando hay reunión familiar. Tuvo 6 hijos, 5 hombres y una mujer a la que llamó Araceli. De carácter fuerte, siempre dice que ha tenido «los tamaños» para enfrentar la vida. Después de enviudar le diagnosticaron cáncer de mama y le amputaron su seno derecho. Ella sobrevivió al cáncer de mama, pero su corazón murió el día que perdió a su hija diagnosticada por la misma enfermedad.
Las bodas me encantan, sin embargo, la boda de Araceli, nieta de Concepción, hija de Xochitl, no cumplía con una cosa: saber feliz a la novia. Aún así, Araceli dio el Sí, yo estuve ahí. Con el tiempo, tuvo dos hermosas niñas. Araceli, era educadora, siempre fue muy dulce desde su voz hasta sus acciones. A los 35 años le diagnosticaron cáncer de mama. Recuerdo que hizo lo imposible por quedarse en este mundo. Tomaba toda clase de menjurjes, gastó parte de su patrimonio en «médicos charlatanes». «Yo lo único que quiero es ver crecer a mis hijas», eso fue lo que me dijo la última vez que la vi. Después de aquella conversación, Araceli, murió en la cama de un hospital un par de meses después.
Lupita, fue la hija menor de Concepción. Psicóloga. Ella me enseñó la pregunta de la neta y de la vida: ¿de quién es el problema?. Amaba la libertad y así vivió. ¡Libre! Se casó con un alemán, tuvo un hijo al que amó con toda su alma. Apenas hace unos años, fue diagnosticada con cáncer de mama y ella afirmaba que el cáncer eran emociones que enfermaban el alma y el cuerpo. Lupita enfrentó al cáncer de raíz, con meditaciones. Meditaciones en las que se veía a si misma sana, sonriendo, con luz. Viajó por lugares maravillosos aprendiendo lo positivo de la vida y de las personas y lo adaptaba a su vida. Valoraba cada minuto del tiempo de las personas y respetaba a los demás. Siempre decía cuán importantes y valiosos eran las personas para ella. Y tenía tiempo para escuchar. A pesar de lo difícil que fue enfrentar al cáncer en un país que no era el suyo, ella fue otra sobreviviente. Sin embargo, murió un par de años por otra razón a la edad de 42 años. Extraño mucho platicar con ella…y reír.
María Concepción, era mi abuela. Mary, Blanca, Xochitl, Araceli y Lupita mis tías. Y esto que les he contado es solo una parte de la historia de las mujeres de mi familia. Mujeres donde el común denominador fue que su tiempo era para todos, nunca para ellas. Mujeres valiosas a las que nadie les inculcó la cultura de la prevención, de la autoexploración. Mujeres a quienes el cáncer les ganó la batalla porque ellas lo permitieron. Hoy, me gustaría tenerlas a todas conmigo, abrazarlas y contarles como estoy, como me va en la vida, tenerlas de frente y decirles cuánto las amo o simplemente saber que aquí están para mí…
Puedo hacerte una pregunta ¿Cuando fue tu última visita al ginecólogo? ¿Cuando fue la última vez que acompañaste a tu madre, hija o nieta a revisar su cuerpo? ¿Dedicas tiempo para ti? El cáncer se puede prevenir.
Mi respuesta es: por supuesto que estoy al pendiente de mi salud y de mi hija Emi, mi pregunta sería, con ese historial familiar ¿Tú te has hecho exámenes ??? ¿ no tienes temor de que te suceda lo mismo?