Al sureste de la Ciudad de México, a unas cuatro horas de camino, está el municipio de Acultzingo, en Veracruz. Es un lugar pobre, enclavado en las montañas de la Sierra Madre. Ahí, la mayoría de sus habitantes trabajan la tierra para ganarse la vida, cultivan maíz y aguacates, y crían vacas y cerdos.
También roban trenes. Muchos trenes. Tantos, que de hecho Acultzingo no es solo la capital del robo de ese medio de transporte en México sino, posiblemente, del mundo. Y esto puede significar un especial dolor de cabeza para Andrés Manuel López Obrador.
- Tan solo el año pasado, se cometieron 521 delitos contra trenes de carga en la localidad. Y una parte de esos incidentes no guardaba ninguna semejanza con los pequeños delitos corrientes registrados en las ciudades más grandes del norte de México, como vandalizar un vagón o robar señales ferroviarias.
- No, se trata de crímenes orquestados de mayor envergadura, que a menudo empiezan con un simple y rudimentario truco que data de los días de la Revolución, como colocar piedras sobre las vías e involucran a pequeños ejércitos de ladrones que se lanzan sobre los descarrilados vagones para llevarse el botín.
- Han robado tequila, zapatos, papel higiénico, llantas, todo lo que pueden. Un asalto particularmente violento, en el cual descarrilaron decenas de vagones a unos pocos kilómetros al este de Acultzingo, en Orizaba, significó para el gigante ferroviario Grupo México Transportes más de 300 millones de pesos en pérdidas, y causó la muerte de un maquinista.
Y en las oficinas de Mazda Motor en Ciudad de México, los ejecutivos estaban tan cansados de que sus vehículos llegaran incompletos que empezaron a enviar algunos por carretera. Analistas estiman que esto supone un gasto extra de 30 por ciento sobre sus costos de transporte. (Mazda declinó proporcionar cifras.)/EL ECONOMISTA