En el primero de los tres debates presidenciales 2018, abundaron las descalificaciones y hasta los chascarrillos involuntarios, pero nadie pidió perdón al elector, siempre burlado por la partidocracia.
Por donde se le vea, los aspirantes a la primera magistratura, como siempre, le quedaron a deber a sus víctimas.
El primer debate fue como los clásicos América-Chivas que se publicitan mucho y terminan siendo partidos defensivos y amarrados, con pocos goles y más aburridos que un ostión de la tercera edad.
Todos le echaron montón al puntero y éste nadó de muertito; hasta se dio el lujo de batear a quienes querían engancharlo con el tema de la amnistía a los delincuentes.
Diga lo que diga la eufórica comentocracia, el debate resultó aburrido y sobre actuado por los protagonistas que luego de su ñoña presentación y sin pizca de autocrítica se proclamaron vencedores.
Las propuestas de la mayoría fueron una pobre extensión de sus pésimos promocionales de televisión.
Su publicidad se conoce de sobra y mucha gente está harta de sus caras y gestos. Son tantos los spots, que se los saben de memoria.
Y la neta, ya chole. Tengan piedad de sus clientes y víctimas. No se pasen…
Si pretendían algo nuevo en el debate, solo el mochamanos del bronco le puso algo de sal y pimienta.
Su propuesta es una estupidez pero llamó la atención ante el agravio de la corrupción desenfrenada, y hay quien está de acuerdo con la mutilación de manos a las ratas.
El problema es que la administración pública se podría quedar manca, cuando ya está, en buena medida, carente de cerebro.
El candidato puntero, debatió lo mínimo. No quiso arriesgarse…
Todos los demás hicieron su luchita pero muy poco profundizaron en los grandes temas nacionales.
La creciente criminalidad es uno de ellos pero ese tema no se aborda en serio.
Ningún candidato señaló que México carece de una política criminológica y solo se habla de seguridad pública.
Con una política criminológica, los delincuentes de cuello blanco tendrían que enfrentar a la justicia.
Y no se trata de eso, de que se toque a los grandes ratones de la patria, tan vitaminados en los últimos tiempos, con el 70 por ciento de los contratos de obra pública y adquisiciones otorgados por asignación directa, no por concurso, como mandata la ley.
Son miles de millones de pesos adjudicados a empresas fantasma, tan de moda, tan cínicamente vigentes, sin que el SAT diga esta boca es mía.
Eso significa llanamente corrupción. Y con ello corruptos de dos manos. Y si se las cortan ¿Dónde se echarían tantísimas manoplas corruptas? ¿Cuántos estadios se necesitan para usarlos de cazuelas?
El Peje propone barrer las escaleras de arriba para abajo y ahorrar los 500 mil millones de pesos que cuesta por año doña Corrupcia.
Todos los candidatos se dijeron en el debate adalides de la justicia y combatientes contra la desenfrenada corrupción, pero nadie propuso una política criminológica.
¿Será porque todos quieren la revolución, pero en los bueyes de sus compadres?
Ojalá y el segundo debate traiga algo de carnita, aunque, diría José José, pero lo dudo, pues la partidocracia solo quiere ciudadanos pasivos que sufraguen en las urnas pero no exijan rendición de cuentas ni castigo a los corruptos.
Entonces, el mensaje es: que siga el saqueo.
La partidocracia, como cada seis años, ya tiró el anzuelo y espera que lo muerda, como siempre, su acrítica clientela.
Lo del cambio y la limpieza en la administración pública es la promesa de siempre. El primer debate fue refrendo de la oferta eterna.
La creciente corrupción es la terca realidad que nadie frena y se estrella en el rostro de los contendientes presidenciales.
Se imponía un mea culpa, una petición de perdón al electorado. Nadie lo hizo. Desperdiciaron una oportunidad de oro.
A los políticos, está demostrado, no les importan sus víctimas.
Y hasta la próxima, sean felices, aunque eso signifique: ¡misión en el INE!