AGENCIAS
La mañana del 19 de septiembre de 1985, Martha Ongay Mosses y su hijo Fernando, entonces de 3 años de edad, quedaron atrapados bajo los escombros.
El edificio donde vivían, el Nuevo León de la Unidad Habitacional Tlatelolco, se derrumbó por el sismo más devastador en la historia de Ciudad de México.
Durante casi un día permanecieron a oscuras, cubiertos de polvo y sin saber lo que había sucedido.
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A unos metros, sobre la montaña de ladrillos, vigas y restos de muebles, decenas de personas luchaban por sacar a los sobrevivientes.
Uno de los rescatistas, Javier del Razo, logró llegar hasta donde se encontraban la mujer y su hijo. Pero ella se negó a salir: estaba desnuda.
El joven de 22 años de edad le prestó su pantalón. Eso sirvió. La mujer le entregó al niño y después salió del hueco de lo que fue el apartamento.
Luego de esos días cada quien siguió su vida. Durante 30 años, ninguno supo del otro… hasta ahora.
Tres décadas después del sismo de 1985, Martha y su hijo Fernando volvieron a ver a la persona que les salvó la vida.
Sorpresa
La historia del reencuentro es aún más insólita que el rescate.
Desde hace décadas, Javier del Razo ha estado dedicado a la carpintería.
Hace algunos años -le cuenta a BBC Mundo- una de sus sobrinas, Edith, consiguió empleo en un negocio de ventas por teléfono y se volvió amiga cercana del dueño
Tan estrecha fue la relación que el empresario se volvió como parte de la familia.
«Mi mamá decía que tenía un nieto postizo», cuenta Javier.
El empresario «era muy amable, le llevaba chocolates a mi mamá porque le gustan mucho», recuerda.
Pero, curiosamente, en ese tiempo nunca se conocieron. Hasta que su sobrina le preguntó si podía hacerle una mesa a la mamá de su jefe.
«Le pregunté cómo querían el mueble y entonces me agregaron a sus amigos en Facebook», donde podría encontrar una foto de la mesa que querían.
Carta que escribió Martha Ongay a quienes la rescataron de los escombros del sismo de 1985 en Ciudad de México
El rescatista guardó la carta por 30 años.
Cuando revisó la página, se llevó una sorpresa. El jefe de su sobrina se llamaba Fernando y su mamá, Martha.
Pero lo que más le intrigó fue su apellido, nada común en México: Ongay Mosses.