El Instituto Nacional de Migración (INM) señala que solo 15 de cada cien centroamericanos que ingresan al país de manera ilegal logran llegar al vecino país.
«Alrededor de 300 mil personas centroamericanas es el volumen de la migración de tránsito irregular por México cuyo destino es Estados Unidos. La estimación se construye con la suma de los migrantes retenidos por el INM (50-55 por ciento); los retenidos por la autoridad migratoria de Estados Unidos (25-39 por ciento), mientras que los migrantes que logran residir en Estados Unidos representan de 15 a 20 por ciento», indica el INM en un comunicado.
Algunos de estos migrantes hacen escala en Huehuetoca para descansar. Las miradas escrutadoras de quienes los ven desde sus casas o quicios de negocios les impone. Bajan la mirada y echan a la suerte quién será el siguiente que pregunte si van por la dirección correcta.
Por fin llegan frente al enrejado que delimita la Casa del Migrante, de la que destaca una carpa en el centro a la que se le antepone una mesa rodeada de sillas que hace de punto de reunión entre los alojados.
En el extremo derecho de la carpa central hay una unidad médica móvil del gobierno del estado, en el lado izquierdo se encuentran las letrinas, los lavaderos y tendederos. Y en el fondo del terreno aún queda espacio para caminar.
Lo único que separa a los cinco migrantes y a muchos otros que se concentran a lo largo de la jornada es el reglamento que se encuentra en la entrada. Los encargados les hacen leer las especificaciones que se requieren para tener acceso.
Se sientan en los rieles mientras deciden si es una opción para ellos. Entre las condiciones que se les pide están el que permanezcan de 24 a 48 horas a partir de su llegada en el albergue sin poder salir.
Aunque no han hecho todo el camino juntos, siempre es bueno sentirse acompañados en tan largo viaje, expresa un hondureño de mirada franca y de conversación fácil. Sus ojos claros se tornan tristes cuando narra su paso por el sur del país arriba del ferrocarril.
Lo llamaremos San Luis. (Por razones de seguridad, los nombres de los migrantes serán reemplazados por los lugares a los que quieren llegar).
San Luis afirma que el grupo con el que viajaba fue interceptado casi saliendo de Chiapas por gente armada, «tiraron a un joven por no querer ceder sus pertenencias y bajaron a dos chicas de las que lo único que encontraron fue un zapato y parte de una sudadera».
Es su tercer intento de ingresar a Estados Unidos. Esa vez lo hará por Sonora. Se tomará su tiempo. Sin prisa, sin desesperación.
Lousiana es un hondureño que viaja solo, no se adhiere a ninguno de los grupos que se van formando frente al albergue. Narra que pasó casi toda su vida en Chicago, «regresé pero ya no me hallo».
Rememora los sembradíos de sandía que su padre cultiva y reconoce que él ya no se acuerda de cómo trabajar la tierra.
Tiene una mirada perdida y despide un olor a enervante, «me la pasaba durmiendo, no sabía que hacer».
«Trabajé dos meses en Veracruz, y al hacer camino para acá bajo antes de toparme con los retenes».
Acepta que es la primera vez que intenta cruzar así, «se me acabo el dinero y aquí no contacto con nadie», reconoce que no mantiene comunicación con su familia, «son muy caras las llamadas en México».
Chicago es un guatemalteco que lleva apenas dos semanas de camino, llegó a Chiapas y desde allá hizo camino en el autobús a la ciudad de México y así ha transbordado. Se le ha terminado el dinero y ahora pretende continuar su viaje en ferrocarril.
Memphis es guatemalteco que lleva varios años radicando en el país. Primero estuvo en Cancún, «todo iba bien pero el trabajo de albañilería disminuyó y decidí trasladarme a la ciudad de México».
«En el centro me fue más difícil sostenerme, de Cancún (Quintana Roo al sur del país) pase a vivir en Chalco (municipio del estado de México), la paga pasó de dólares a pesos, lo que ya no me permitió mandar dinero a mi familia y apenas podía con la renta y mis gastos».
Lleva un día de viaje en su intento de cruzar la frontera, apenas subirá a la «Bestia».
Nueva York es hondureño, nadie lo espera en aquella ciudad, «me sonó bien y para allá voy», coincide con los demás acerca de ir despacio. Es la cuarta vez que lo intenta.
Los migrantes tienen como premisa evitar los retenes de los narcos, alguno de ellos añaden que son tres.
Veladamente señalan que las autoridades están coludidas aunque ninguno lo afirma abiertamente.
A Nueva York le admira lo barato de la ropa en México «allá solo alcanza para comer».
La tarde cae, los remolinos de tierra que se forman al paso del aire dificultan el contacto visual y la charla.
No sé sabe de dónde pero cada vez llegan más migrantes, a algunos se les nota más que a otros el viaje.
Todos viajan ligero. Deben tomar una decisión antes de las siete de la noche, pues es el límite para poder ingresar a la Casa del Migrante.
Después, a continuar con el vía crucis.