A Leonardo le gusta el fútbol así que, al poco tiempo de conocerlo le regalé un balón. A sus ocho años aún no tenía ninguna identidad con algún equipo y le conté del mío. Así que, ahora cuando lo veo me dice: soy necaxista como tú, -detalle que por cierto, adoro-.
En su mundo, no existen los padres ni los consejos pero si los castigos y si está triste, siempre hay un dulce extra en el bolsillo de su directora para hacerlo sonreír. Método que no comparto, porque un dulce es para disfrutarlo, no para llenar vacíos del alma. En donde él vive, no existen las puertas mucho menos la privacidad. Todo es compartido excepto su cepillo de dientes, toalla, plato, vaso y taza los cuáles tienen sus iniciales escritas con un marcador negro. Hasta ahora, Leonardo sólo es dueño de un balón de fútbol que no suelta para nada y ¡ay de aquel que se atreva a tocarlo!
A Diana, también la conocí en ese lugar de todos y de nadie. Ella, desde que crucé la puerta decidió colgarse de mi pierna derecha. Lo que más me sorprende es que nunca suelta el biberón y cuando lo hace, siempre me regala una sonrisa. Apenas tiene 3 años y cuando le leo un cuento, la mayoría de veces se me ha quedado dormida recargada en mi pecho, yo sé que aún no entiende las historias fantásticas que le narro y que es el tono de mi voz y los latidos de mi corazón los que la arrullan y cambian su caos por calma.
Hace unos meses decidí compartir tiempo de calidad con aquellos pequeños que están en un lugar que no es su casa -y muchas veces ni un hogar- solo un espacio que comparten por tiempo indefinido con personas a los que no los une ningún lazo sanguíneo pero si el mismo sentimiento de abandono. Algunos tienen años dentro y como característica puedo decir que tienen una misma mirada: profunda y analítica. Es en ese lugar donde he conocido a quienes nunca han sentido por ejemplo una caricia en su rostro o los dedos de una madre entre sus cabellos, ni tampoco han sentido la seguridad que brinda la mano de un padre. Como la mayoría, también ha tenido aquellos abrazos que significan todo en uno: Te amo, me importas y no estas solo. Estoy convencida que por eso, cuando alguien entra ahí se aferran a los brazos o piernas de una completa extraña para no perder esos instantes de felicidad eterna.
Son ellos, los hijos del gobierno, los que no cuentan para representar a este país en una olimpiada ni en un concurso de ciencias ni en nada más que en solo ser parte de estadísticas vergonzosas. Al hablar con algunos de los jóvenes que han dejado su niñez en esas paredes y muros, uno puede entender que para ellos, el futuro sigue igual de incierto como su presente y como recuerdan su pasado, pero lo que más duele, es que muchos crecen sintiendo y pensando que no valen nada y que no merecen nada porque desde pequeños todo, hasta la ropa que tienen ha sido usada. Así que, no es tan complicado imaginar cuán difícil puede ser para ellos sobresalir en este mundo egoísta y superficial es entonces que al crecer abordan el tren del conformismo y la ignorancia.
¿No que los niños representan la parte más vulnerable de una sociedad? ¿Acaso no son ellos los menos responsables de los desmoronamientos familiares? ¿Y no son hoy por hoy, los más desprotegidos? creo que lo más frustrante es que todos sabemos cuál es su futuro menos ellos.
¿Dónde están las políticas públicas los gobiernos federal, estatal y municipal para proteger a los menores que tienen por casa un albergue? ¿Realmente funcionan los programas de atención y prevención que existen para que no se conviertan en víctimas de cualquier abuso? ¿A quién en lo particular le importa lo que le ocurra a Leonardo y a Diana hoy?
Cifras de la Fundación «¿Y quién habla por mí?», señalan que en nuestro país existen 922 albergues de los cuales 120 están a cargo del Gobierno y el resto a cargo de particulares.
Y sí, Leonardo y Diana reciben educación porque tienen ese derecho. Pero, no sólo es educación sino además garantizarles un sitio seguro. A veces creo que las autoridades se olvidan que justo ellos son más vulnerables que un niño que tiene y cuenta con su familia. No todo es darles alimento y techo sino apoyarlos en su crecimiento y enseñarles que tienen las misma oportunidades y derechos que cualquier otro niño pero sobre todo que pueden materializar sus sueños y aspirar a un futuro sólido y distinto. No dejo de pensar que con tantas dificultades que enfrentan y ante la grave situación económica del país, estos pequeños se llegan a convertir en parte de las espeluznantes y vergonzosas estadísticas. Porque no solo es la pobreza sino el abuso en el mercado laboral -es decir, la explotación infantil-.
Además, hay que visibilizar que los niños mexicanos son víctimas de las redes de pornografía infantil y que este país es primer lugar en el mundo en la difusión de este delito a través de Internet.
¿Hasta cuando cuando los gobiernos al frente de esta país -del partido que sea- seguirán ignorando el problema? No olvidemos que aquel estado que no atiende su infancia es un estado que no prospera.
Hasta el 2013, 25700 niños que viven en albergues no están regularizados. De ellos,12869 son niñas y 12831 son niños y de esa cifra, 11181 viven en estos lugares por situación de abandono o maltrato por parte de su familia. Y algo más, niñas entre 14 y 18 años están teniendo hijos y los abandonan ¿a donde vamos a parar? ¿Dónde la educación sexual?
Para la ONU, un albergue ideal es aquel que tiene un máximo de treinta niños y los atiende de manera integral multidisciplinaria en donde sólo viven tres años para luego ser reintegrados a una familia. Ese albergue debe contar con al menos un presupuesto aproximado de 12 millones de pesos anuales y contar con sicólogos, trabajadores sociales, abogados, pediatras, enfermeros,nutriólogos, educadores, choferes, seguridad, asesores de orientación vocacional, expertos en reinserción social, alimentos y gastos operativos. ¿De esos 922 albergues cuantos cuentan con ese presupuesto o estos servicios en nuestro país?
Quizá si Leonardo, Diana y todos ellos fueran los hijos de nadie me sentiría más tranquila, porque el ser humano ha demostrado tener capacidad para enfrentar la vida solo. Sin embargo, ellos al igual que todos los niños que han crecido en un albergue por destino tienen que aceptar que la abulia gubernamental terminara de joderles la vida.