ALEJANDRO FIGUEROA
Desde las escaleras de salida de la Plaza Pino Suárez, se divisa un tianguis con la mercancía colgada hasta en el pasamanos de los últimos peldaños, y muchos más puestos semifijos extendidos en ambas orillas de las calles Cerrada Fray Servando y Chimalpopoca, rodean un mercado establecido que, en conjunto, es «El Mercado de la Pulga» de San Antonio Abad, en el Distrito Federal.
Es el “Liverpool de los pobres”, donde un pantalón corto de una firma italiana de alta costura está al alcance de cualquiera que traiga consigo algunas monedas. Y el shopping continúa con vaqueros o blusas de marca “gabacha” por la mínima cantidad de cinco pesos.
El ambiente es ruidoso. Con música tropical de fondo, los locatarios gritan los precios de su mercancía y pregonan que además de barata, es “fina” porque es “americana”.
Ante el mermado poder adquisitivo, muchos mexicanos optan por cubrir la primera necesidad del vestir con ropa de segunda mano y “de paca”, cuyo más grande atributo es su minúsculo precio que puede ser de hasta ¡un peso!
Aunque uno de los atractivos más notables de la ropa-de-uso sea el precio baratísimo, no significa que todos los compradores están contabilizados dentro de la estadística de población en pobreza extrema.
En su mandil, una típica ama de casa y sus dos hijas, de compras, miden al tanteo algunas prendas para la menor, mientras comparten opiniones sobre qué blusa de las del montón de a 10 pesos, o 3 por 25, le quedaría mejor.
Algunos puestos adelante, un grupo de tres extravagantes jóvenes de la onda hipster andan entre los pasillos y remueven la mercancía en busca de algún garbanzo de a libra que combine con su estilo y cumpla con el requisito de ser vintage; tan valorado por esa subcultura.
Al tratarse de prendas únicas, el orden de la ropa no es por talla, color o tipo de prenda, sino por precio; por lo que el término «orden» puede resultar poco apropiado. Habría que poseer paciencia casi ilimitada o un par de ojos muy hábiles y experimentados para encontrar algún tesoro camuflado entre infinitas texturas revueltas, en una carrera contra la fatiga.
Una debilidad del mercado de ropa de segunda mano, es el riesgo para la salud del comprador. Los médicos aseguran que el solo hecho de probarse una prenda de vestir (incluso nueva) puede ser motivo de contagio de alguna enfermedad cutánea como dermatitis, tiña, sarna…
Sin embargo, los riesgos no parecen amedrentar a dos señoras que buscan ávidas la talla y copa correctas para su busto en un cúmulo de brasieres.
El Mercado de la Pulga de San Antonio Abad forma parte del comercio informal y mercantiliza ropa usada y “de pacas” de procedencia ilícita desde Estados Unidos, hecho que no complace a la Cámara Nacional de la Industria del Vestido, que celebra cada vez que decomisan y destruyen toneladas de esta mercancía.
Pero para el ciudadano promedio, que como cabeza de familia no tiene nociones de la economía a nivel macro porque está enfocado en trabajar duro para cubrir las necesidades básicas de un hogar, lo más conveniente es buscar alternativas mucho más asequibles, como ésta.
En el comercio informal no hay normas establecidas más que las apalabradas entre el vendedor y el marchante. Empero, en el giro de la ropa usada hay una regla de oro: las prendas van probadas, van caladas, pero nunca van garantizadas. Y no hay cambios ni devoluciones.