Por FRANCISCO RODRÍGUEZ
Aunque usted no lo crea –como se promociona la franquicia Ripley–, el único referente en México para medir lo que ha pasado con el desastre de Andrés Manuel López Obrador, que “sin querer queriendo” profundiza la Presidente formal Claudia Sheinbaum es el porfiriato.
Ella es su Manuel González.
En ningún otro período del país, como no sea el del porfiriato se refleja con mayor claridad la falta de perspectiva e imaginación gubernamental, la base del fracaso y perspectiva de futuro de eso que llaman Cuarta Transformación.
La envidia despertada en el Benemérito de las Américas por la eficacia militar de Porfirio Díaz llevó al “Impasible” a tomar la decisión de liquidar al Ejército, la base política de donde se nutría el creciente prestigio y la personalidad del general Díaz. AMLO hizo algo similar. Envileció y enriqueció a sus altos mandos y desmotivó a las tropas.
Apenas hubo vencido a Maximiliano de Habsburgo, Benito Juárez liquidó a decenas de miles de militares republicanos para detener a toda costa la popularidad del general también oaxaqueño.
Ante una débil economía, los despedidos engrosaron las filas del desempleo, de los atracadores de pueblos y caminos, de los mendicantes. La deserción de las filas de la ahora llamada Defensa, culminó en su asimilación a los cárteles del narcotráfico y a encabezar organizaciones delincuenciales.
Sin embargo, pudo más la corrupción de burócratas y policías que el Ejército y la fortalecida Guardia Rural, destinada a combatir todos los frentes abiertos a la delincuencia por un sistema económico agotado. Juárez murió en medio de un sistema económico fallido.
Pero al llegar al poder don Porfirio, se canalizaron todas las energías al mantenimiento de la paz “a cualquier precio” para modernizar al país. La construcción de ferrocarriles que surtieran de materias primas a los vecinos del norte fue significativa. Igual quiere hacerlo ahora la 4T, aunque enmascara su estrategia con “trenes de pasajeros.
La “pax narca”, la “pax de la 4T”
Las divisas “poca política y mucha administración” y la más convincente de “pan o palo” pusieron su sello en el gobierno. La alianza porfirista con las clases acomodadas, los caciques regionales y los extranjeros influyentes, necesitó de la “pax porfiriana”, de las guardias rurales, del ejército y de la policía secreta para apaciguar la rebeldía de pueblos miserables, de indios y campesinos despojados por hacendados.
¿Le suena ahora que la prisión preventiva oficiosa, la desaparición de los órganos constitucionales autónomos y, sobre todo, la supremacía constitucional atentan en contra de las garantías y los derechos humanos?
En el porfiriato se disolvieron sin piedad alguna todas las manifestaciones de rechazo a la llegada de inversionistas a los sectores claves de la producción. Igual ahora que se han alejado las inversiones, luego de que las mayorías cuatroteras en el Congreso de la Unión han aprobado a troche y moche todas las ocurrencias y venganzas de López Obrador.
Las palabras “yaquis”, “mayas”, “Tomochic” fueron –aún son– el auténtico estribo de ese concepto de modernización. La fuerza del Estado se destinó a escoltar y patrullar la seguridad de los inversionistas extranjeros. Hoy cuidan a los narcos.
Reprimir y aplicar hasta la “ley fuga” a quienes se opusieran, o se creyera que lo hacían, a esos altos designios del poder.
La enseñanza de don Porfirio es que, para modernizar a un país desigual, polarizado, atrasado, es precisa la represión indiscriminada. La modernización requiere, antes que nada, estabilidad y sobre todo, orden político, dijo en 1880.
Efectivamente, el jalón del crecimiento –que no desarrollo– fue espectacular, mientras duró y la gente aguantó por hambre y necesidad. Sus niveles jamás se habían logrado en este país.
Pero, luego, la respuesta de los pobres fue brutal, más que su castigo.
La justicia, al servicio de AMLO
Ahora, a casi 115 años de la deposición del dictador, el sistema mexicano adoptó otra vez el modelo de modernización vertical y autoritario, las estructuras crujen.
No se estudiaron ni se propiciaron bien las condiciones.
¿Por qué?
Primero, porque los “gobernantes” sintieron que habían llegado a tomar posesión para aplicar los mismos procedimientos que les habían funcionado a ellos y a sus ancestros políticos.
Segundo, porque no tomaron en cuenta ni el entorno, ni los pareceres de los diversos factores reales de interés y de poder que coinciden en un país de ya casi 130 millones de habitantes. Sus órdenes no estaban hechas para pasar por ningún filtro.
Tercero, porque se embarcaron en la adopción de un modelo, el NarcoSocialismo del Siglo XXI, que no fue propuesto por el grupo gobernante, sino por intereses cubanos, venezolanos, bolivianos que vieron en él su propio salvavidas para la sobrevivencia. Ahí están, como ejemplo, los regalos de combustibles a Cuba y los créditos millonarios en dólares que ya sabemos nunca van a pagar.
Los aparatos de justicia, procuración e impartición, a su exclusivo servicio. Inmunidad e impunidad para cualquier decisión de gobierno, buena o mala. Aplausos del respetable.
Como Díaz, en su momento, AMLO jamás pensó en compartir ni un pedacito de su poder. Él y su familia, tanto como sus más leales, llegaron por todo. Y su voluntad tenía que acatarse.
Ellos escogieron a sus padrinos capitalistas, para poder desplazarlos en su momento. Escogieron a un solo grupo económico: aquél que representaba a los empresarios que habían sostenido su campaña, sus ocurrencias y sus dislates, Carlos Slim a la cabeza. Cuando mucho, a otros que se derivaran de la misma matriz. Nadie más.
Estos procederes se han ido confirmando conforme avanza el período del “gobierno” de la Presidente formal Claudia Sheinbaum en todas las ramas de actividad, desde la construcción, hasta el trasiego.
Y así no va. Esta es la nueva dictadura que sufre México. La de López Obrador. Similar a la de don Porfirio. ¿A poco no?
Indicios
En esta dictadura, Claudia Sheinbaum juega nada honroso papel de Manuel González, quien fue parapeto de Díaz para simular una elección presidencial. Gobernó de 1880 a 1884. Durante ese tiempo, fue una marioneta absoluta de su compadre Porfirio Díaz. Este último comenzó a sospechar que su compadre en verdad se estaba saliendo del huacal y que la Presidencia de la República le estaba haciendo perder un poco el suelo, pues él sólo había sido usado para fines simulatorios. Cuenta la jocosa anécdota que don Porfirio pidió una audiencia con el titular del Ejecutivo, para efectos de expresarle una especie de rechazo –falso, por supuesto– a su aspiración presidencial. Palabras más palabras menos, estando frente a su compadre el dictador le expresó: ‘Fíjese, Presidente que quería yo hacerle una aclaración, porque se está rumorando en últimos días que yo buscaré nuevamente la Presidencia de la República’. Hablaba el general Díaz al tiempo que Manuel González, afanoso, comenzó a levantar papeles de su escritorio y a abrir y a cerrar cajones del mueble, como quien no sabe dónde se encuentra algo que requiere localizar de forma inmediata. Don Porfirio, al observar que su compadre no le ponía la suficiente atención, en tono molesto le dijo: ‘Bueno compadre, ¿pues qué cabrones buscas?’ Levantó la mirada el Presidente González y respondió: ¿Que qué busco, compadre? Y con una carcajada le sorrajó: ‘¡Al pendejo que te lo crea, compadre!’ * * * Por hoy es todo. Agradezco, como siempre, que haya leído este texto. Y le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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